miércoles, 20 de octubre de 2010

La ciudad de Laja apuesta por mostrar sus imágenes histórica, turística y productiva

Progreso: En la cuna de la fundación paceña también se produce leche vacuna y algunas familias fabrican chamarras de cuero.

El aroma del pan recién horneado se apodera de las calles angostas de Laja y se filtra entre las casas de ladrillo y adobe donde es elaborado desde las tres de la madrugada. Después de 462 años, la población que se erige al pie de una iglesia de 1545 y donde fue fundada Nuestra Señora de La Paz apunta a ser una ciudad histórica, turística y productiva.

Laja, municipio de la provincia paceña Los Andes, está situada a 30 minutos de viaje en vehículo sobre carretera asfaltada; tiene seis cantones: Laja, Tambillo, San Juan Rosario, Curva Pucara, Collo Collo y San Juan Satatotora.

El presidente de Concejo Municipal de Laja, Víctor Hugo Castro, nacido en la comunidad de San Cristóbal, una de las 64 del municipio de Laja, comenta que una resolución de esa entidad, del 5 de julio de 2010, reconoce a Laja como Ciudad Histórica, Turística y Productiva.

Histórica, dice, porque fue la tierra donde se fundó La Paz, en 1548. Turística, por la magnificencia de la estructura de la iglesia de piedra de 1545. Y productiva porque, además de los cientos de panes que salen a la venta, existen en promedio mil productores lecheros. “Están organizados a partir de una asociación. Hay comunidades donde las familias proveen del lácteo a empresas como Delizia, con los que suman unos 1.800 productores”.

Pero eso no es todo. A esta labor agrícola se suman las familias que se dedican a confeccionar chamarras de cuero.

Según Castro, antes la gente emigraba a Argentina, ahora los habitantes regresan porque han visto que las condiciones de vida han mejorado.

Desde hace una década, dice Castro, el municipio de Laja mejora, desde una interrelación de las comunidades a partir de la producción lechera hasta la ampliación de sus servicios básicos. “Se avanzó en todo el municipio, 85 por ciento con la electrificación, 40 por ciento en agua potable, para esto último se prevé en 2011 llegar a 80 por ciento de avance”.

El centro de Laja cuenta con alcantarillado y un complejo deportivo. En estos días se inaugurarán una planta de aguas servidas y un hospital de segundo nivel.

Progreso

Castro comenta también que Laja se encamina al progreso y parte de ello es la creación de institutos de formación, empresas y hasta una unidad militar.

Pero la apuesta también está en el turismo. La autoridad asegura que una forma de incrementar la visita de extranjeros es el fomento de la artesanía en actividades tan propias como el tallado de piedras. “Hay dos comunidades que se dedican a ese arte: Tajahua y Calamarca”.

Castro admite que han tenido que pasar 462 años para que Laja se renueve.

Uno de los antiguos moradores de Laja es Arturo Villanueva. Este ex minero de Milluni comenta: “Mis abuelos me contaron que, al llegar los españoles, aquí había una pequeña población conocida como Lajsha y, como ellos no podían pronunciarla, se quedaron con Laja”.

El término Llajsha también es familiar para Teodoro Mamani, catequista de la iglesia.

Dice que las primeras familias que habitaron la región fueron los Quispe, los Mamani y los Llajsha. “Los Llajsha eran los primeros pobladores y uno de los descendientes soy yo, el bisnieto”.

El religioso recuerda que hace cuatro décadas Laja tenía construcciones de una sola planta, cubiertas con techos de paja. “Antes las calles eran angostas, ahora son amplias, hacia adelante se busca la mejora para sentirnos como buenos lajeños”.

Sin embargo, seguramente en la memoria de los visitantes también quedará el aroma de su pan recién horneado.

El 80 por ciento de esta población vive de hacer pan. Para los lajeños, la jornada comienza a las tres de la madrugada, cuenta Efraín Narvaes, segundo de cuatro hermanos que heredó el oficio de su padre, Gustavo, uno de los antiguos y reconocidos panaderos de la histórica ciudad.

Efraín, de 46 años, recuerda que sus abuelos también solían hacer las masas llamadas “kaspas”.

El principal mercado del pan de Laja, declarado en junio reciente Patrimonio Inmaterial de La Paz, es la urbe paceña, entre la avenida Buenos Aires y la calle Garita de Lima, y, en El Alto, la Ceja y las zonas 16 de Julio y Alto Lima.

Por día, cada una de las familias de Laja se provee como mínimo de un quintal de harina para hornear más de 400 panes. Cuando se trata de celebraciones como la fiesta de Chijipata (pasto en la altura, en aymara), en honor de la Virgen de la Inmaculada Concepción, se duplica la producción de dicho alimento.

Lucía Quispe, quien vende almuerzos desde hace 18 años en la plaza, comenta que por las mañanas es difícil encontrar el pan de Laja para el desayuno, porque todo sale a La Paz.

La mujer, de 41 años y oriunda de la provincia paceña Bautista Saavedra, atiende de lunes a viernes a los que llegan a la ciudad a pagar impuestos a la Alcaldía y es testigo de cómo por las mañanas los minibuses llevan tres bultos grandes llenos de pan, como unas 120 unidades en cada kepi o atado, en aymara.

Según el concejal Víctor Hugo Castro, dos asociaciones aglutinan a 60 panaderos, unas 250 familias.

Una población católica

Teodoro Mamani es robusto y tiene la piel tostada por el sol. El catequista abre las puertas del templo a todo aquel que desee conocerlo, así como hace los domingos para las misas y los sábados para matrimonios, bautizos y para ceremonias especiales, como la misa de difuntos del 1 de noviembre. El resto del tiempo el lugar permanece cerrado, por seguridad.

A la entrada se ven las piedras arqueadas que se alzan en lo alto y el tono amarillo de los azulejos del piso. El catequista cuenta que la capilla fue construida sobre un lago sellado. “Éste habría sido un lugar de descanso del inca donde podía tomar agua y recibir al Willca Kuti (retorno del sol, en aymara) para darle culto”.

Para el religioso, un 90 por ciento de la población lajeña es católica, el resto forma parte de otras confesiones.

El templo en forma de cruz fue edificado con piedras laja, traídas de una cantera a tres kilómetros de la misma población, y con rocas de Tiwanaku

En las paredes laterales cuelgan cuatro pinturas del siglo XVIII. “Se dice que son pinturas de la Escuela Cusqueña del Perú”, revela el religioso.

Al fondo se encuentra un altar tallado en madera y bañado en pan de oro; la parte central de la estructura está forrada con láminas de plata que, según Mamani, fueron traídas del Cerro Rico de Potosí.

Teodoro indica que en la década de 1960 la iglesia sufrió el robo de varios cuadros, cuya cantidad y detalle se desconoce; otro asalto ocurrió en 2000, en el que además cierta parte de material de plata que cubría el altar fue despegada.

Sobre este altar reposan las imágenes de las vírgenes de las Nieves, de la Natividad e Inmaculada Concepción, y de los patronos San Pablo, San Antonio y San Pedro.

En la parte lateral del mismo altar se ve a Santiago Apóstol, al Señor de Mayo, al Señor de la Exaltación, el Santo Sepulcro y la Virgen Dolorosa. Estas figuras son de los siglos XVII y XVIII.

La única vez que el templo fue restaurado casi en su integridad fue en el Cuarto Centenario de La Paz, en 1948, desde entonces tiene azulejos en pisos y paredes, además de tejas de cerámica.

Su patrona es la Mamita de Chijipata

Si bien los lajeños tienen varias festividades, su celebración patronal principal es la del 8 de diciembre, en honor de la Virgen de la Inmaculada Concepción, conocida en esta ciudad como la Mamita de Chijipata.

Esa fecha, cada año, se lleva adelante una entrada autóctona con la participación de grupos de bailarines que llegan de diversas comunidades, así como agrupaciones folklóricas que se prestan a rendir tributo a la Virgen.

El tradicional lugar de festejo está situado a 20 minutos de caminata del poblado de Laja, donde los devotos, además de disfrutar de la fiesta de música y danza, piden a la patrona que se hagan realidad sus peticiones.

En el cerro de Chijipata, la gente construye casas con pequeñas piedras, luego las envuelve con serpentina para que sean bendecidas.

Familias enteras que llegan de La Paz y El Alto son parte de la tradicional fiesta de Chijipata. Ellas traen comida y bebida para incluirse en la festividad.

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