viernes, 11 de febrero de 2011

Los turistas pueden volverse mineros por un día en Chile

“¿Qué sienten los mineros en la profundidad de la tierra? Chile, donde el año pasado se produjo el espectacular rescate de 33 hombres atrapados en un yacimiento, ofrece a los turistas la oportunidad de experimentar cómo se trabajaba en la oscuridad del Chiflón del Diablo.

En Lota -una ciudad de unos 50.000 habitantes al borde del mar- está el Chiflón del Diablo, una mina que se introduce por debajo del océano Pacífico, bautizada así por el silbido del viento que entraba en las galerías. Los mineros de Lota extrajeron carbón en este socavón desde 1884 hasta 1997, cuando el Gobierno clausuró los yacimientos que ya no eran rentables.

A la entrada, Roberto Rojas, quien fue minero hasta hace poco más de una década, equipa a los turistas con un casco y una batería ligada a un cinturón que permite alimentar la linterna.

En una cápsula metálica y en grupos de cinco, los visitantes descienden apretujados durante un minuto en completa oscuridad hasta unos 50 metros de profundidad, donde el ambiente es frío y húmedo.

“Así es como se sentían los mineros”, reflexiona uno de los pasajeros mientras desciende, en referencia al rescate en octubre pasado de los 33 mineros del norte de Chile.

En la galería se ve una jaula oxidada. “Es la jaula de un pajarito que ayudaba a detectar si había grisú (gas metano), un gas inodoro que puede matar. Cuando el pajarito moría, se gritaba ¡grisú! Y todo el mundo corría para arriba”, cuenta Rojas, quien lleva un metanómetro en la mano, la versión moderna del pajarito.

En los túneles, apuntalados por arcos de madera, se mueven una quincena de personas, entre ellos una madre y un hijo de Alemania, varias familias de Santiago y algunos niños de Lota.

En el recorrido se observa la veta de carbón, así como los espacios donde los mineros comían o el baño improvisado en un recoveco de la galería con bidones y cal viva. Rojas explica que los hijos de los mineros entraban a trabajar cuando cumplían ocho años, y que los amarraban con cuerdas a las galerías para que se acostumbraran a la oscuridad y no escaparan hacia la superficie. “Quien entraba a la mina aprendía a amarla”, dice.

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