jueves, 3 de febrero de 2011

Senda Verde, el mágico mundo de los monos

Ariel, un joven argentino, llegó a La Paz hace varios meses. Su misión: atravesar “el camino de la muerte” para llegar a Senda Verde, un refugio de animales silvestres del departamento de La Paz, ubicado a siete kilómetros de Coroico.

Pensó quedarse poco tiempo pero ya lleva dos meses viviendo allí como voluntario, atrapado en lo que él cariñosamente llama “el mágico mundo de los monos”. Y es que estos simpáticos animales lo han aceptado en su grupo.

Uno de los monos araña, Wara, se acerca al joven y comienza a acicalarle el cabello, mientras Ariel hace lo mismo con otro mono. Él está perfectamente integrado a esta familia.

Después, Martín, otro mono araña, coloca un trozo de banana con cáscara en la boca de Ariel y lo hace girar y él sonríe, mientras comenta: “Me usa de destapador de bananas”.

Pero el trabajo de un voluntario es más que risas, juego y anécdotas. Es una labor pesada y requiere mucha responsabilidad.

Un voluntario como Ariel se compromete a cuidar a más de 200 animales que habitan este particular refugio.

Alimentar y atender a las distintas variedades de monos, como capuchino, araña, aulladores, ardilla, tejones, un margay o tigrecillo , a más de 60 parabas, un jucumari (oso andino), tortugas y una boa, no es trabajo fácil. Sobre todo si la mayoría de estos animales andan sueltos.

La primera comida se sirve a las ocho de la mañana. Para los monos, un preparado especial de cereales y para los demás animales fruta picada. Mientras los alimentan, les colocan agua fresca y limpian sus casas.

Aquella mañana fue especial, Ariel junto a un grupo de voluntarios alimentaron al jucumari u oso andino. Con más de dos hectáreas para él solo, su refugio se encuentra cruzando un río que en la actualidad no tiene puente, destrozado hace meses por una riada.

En cadena humana, los voluntarios atravesaron el río y entre la maleza encontraron el alambrado que divide el hábitat del oso. Cerca de la reja encontraron sentado a Aruma, el jucumari, esperando su comida.

Es increíble cómo con sus casi dos metros de estatura y sus 140 kilogramos de peso, Aruma pueda ser tan dócil. Angelina le daba maní de su propia mano y el enorme oso se los recibía con toda delicadeza. Mientras otros voluntarios le dejaban el resto de sus ocho kilos de comida diaria.

Dar el desayuno a los animales les toma, más o menos, una hora a los muchachos. Sólo después ellos pueden alimentarse.

El resto de la mañana la dedican a convivir con los animales. La mayoría de los voluntarios regresa con ellos y se pasan toda la mañana a su lado. “Hay que entrar en interacción con ellos; es importante para que te acepten”, explica Ariel.

Mientras tanto, otros se dedican a reparar las casas de los animales o a construir nuevos espacios.

Turistas

Uno o dos voluntarios son los responsables del tour para las personas que desean visitar el lugar. Generalmente, en grupos de entre cinco a seis, los visitantes son acompañados por un voluntario en su recorrido por las instalaciones del refugio.

Aunque se limita el número de estas visitas para evitar el estrés en los animales -Vicky, la propietaria de La senda verde, comenta que no pasa las 40 por mes- esta actividad es muy importante para los objetivos del albergue, como es la de concienciar a los visitantes contra el tráfico de animales.

Todos los animales que viven en Senda Verde han sido recuperados de personas inescrupulosas que los sacaron de su ambiente natural y los llevaron a las ciudades, donde fueron maltratados. “La mayoría llega con muchos traumas”, explica Marisa Alcoreza, veterinaria de este pequeño mundo animal.

Algunos loros del refugio no tienen plumas porque ellos mismos se las arrancan, una actividad compulsiva fruto del encierro que sufrieron, según sostiene Alcoreza.

Es mediodía y los animales esperan su almuerzo. Es un momento de gran agitación para el refugio porque al mismo tiempo comienzan a llegar los ciclistas de Gravity Bolivia, una empresa que lleva turistas en bicicleta a Los Yungas.

Ellos, generalmente, sólo se duchan y almuerzan, sin embargo, son los voluntarios los encargados de recibirlos.

Y la cena está lista a las cinco de la tarde. Después, los voluntarios son libres de dedicarse a sus actividades personales.

“A esa hora, me gusta tocar mi flauta”, comenta Ariel. Muchos van a la sala de descanso, donde se relajan jugando billar o simplemente conversando.

También es hora de anotar sus observaciones en una especie de diario que todos llevan, y en el que registran la conducta de los animales a su cargo. Esto le sirve a la veterinaria para poder monitorearlos y detectar cualquier anomalía.

Cuando la noche cae, los voluntarios se dirigen al comedor para cenar y comentar sus experiencias del día. Fatigados por un día de trabajo arduo, aún están con ánimos de sonreír y es que “el trabajo con animales proporciona una paz indescriptible”, confiesa el voluntario argentino.

Además, el ambiente de Senda Verde es paradisiaco. En medio de montañas completamente verdes, alejado del bullicio y contaminación citadinos, permite una verdadera convivencia con la naturaleza, como sostiene Ariel.

Finalmente, acompañados por un cortejo de luciérnagas, cada voluntario se dirige a su cabaña a recuperar fuerzas para el día siguiente.

Senda Verde: una segunda oportunidad para los animales
En el país está prohibida la liberación de animales silvestres que fueron sacados de su hábitat natural, explica Marcelo Levy, propietario del refugio Senda Verde. Por esta razón, es tan importante la existencia de estos albergues, único lugar donde pueden vivir este tipo de animales.

El espíritu de esta ley, según explica Alcoreza, veterinaria del albergue, es que cualquier animal que ha cohabitado con humanos es susceptible de contagiarse alguna enfermedad extraña, que no contraería en su ambiente, por lo que si vuelve directamente, puede causar mucho daño a su ecosistema.

Para que un animal silvestre vuelva a su vida salvaje tendría que seguir un protocolo que requiere muchas pruebas toxicológicas, inexistentes en el país.

Senda Verde, que hace cuatro semanas consiguió, tras numerosos trámites, convertirse en Asociación Centro de custodia de animales silvestres, a la par de concienciar a niños y padres contra la tenencia ilegal de animales silvestres -por cada animal que llega al mercado diez mueren- educa, también, a los animales estimulando actitudes pacíficas para facilitar su convivencia con los humanos.

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