lunes, 13 de junio de 2011

El misterio de la ropa en la tienda del Taquesi

Decidimos viajar por el Taquesi. Él no era boliviano y yo nunca había ido de caminata tan larga. Antes de salir de casa tomamos dos bolsas de dormir y el bulto verde con fierros, obviamente la carpa; compramos algo de comida y llevamos mucha ropa por si decidíamos quedarnos más tiempo en la ruta de los chasquis.

No teníamos ningún mapa, fuimos preguntando a los choferes; el del minibús nos dejó al final de Chasquipampa, donde subimos a un camión que se dirigía a las faldas de la cordillera. En un pueblito nos alojaron en el colegio, donde unos niños nos vendieron pan y queso, además de ofrecernos un burro para que cargue las mochilas. Al día siguiente subimos la cumbre a duras penas, mientras que los niños casi descalzos volaban. Ya en la cima, las ráfagas de aire eran tan fuertes que nos hacían tambalear. Bajamos hacia los verdes Yungas, pasamos por una laguna que reflejaba el cielo. De pronto cayó una lluvia con sol y un arcoiris se dejó ver; nosotros caminábamos en un área circular en la que no llovía, parecía magia: podíamos ver cómo caían las gotas sin mojarnos. No duró mucho, la chilchina se convirtió en un chubasco y así llegamos al hermoso pueblo de Taquesi, con sus viviendas circulares de rocas y techos de paja: nunca habíamos visto algo así.

Seguimos el camino y un hombre nos dijo que no era tiempo para hacerlo, pero, o volvíamos a subir la cumbre o nos arriesgábamos a bajar por el sendero estrecho y húmedo.

Descendimos, la lluvia quedo atrás. Cuando encontramos una planicie cerca de una cascada decidimos acampar.
Estábamos empapados. Al intentar armar la carpa, nos topamos con ¡una cama de campamento! Debíamos encontrar otro pueblo, casa o cueva cuanto antes.

Ya al borde de nuestras fuerzas divisamos una casita con techo de paja y un letrero: Mamani. Nos alegramos, pero la pequeña puerta tenía un candado. Esperamos y al fin decidimos entrar sin ser invitados.

Descubrimos que no era una casa, sino una tienda, llena de productos: sodas, galletas y una cama de piedra con colchón de hojas secas. Nos quitamos la ropa mojada y desnudos nos cubrimos con una manta. El calor de nuestros cuerpos no bastó y temblábamos de frío.

Si el dueño llegaba y nos encontraba, seríamos degollados. Pusimos la alarma de mi reloj y despertamos a las 05.00. Salimos rápidamente, no sin antes dejar ropa como intercambio por el hospedaje. Llegamos a un pueblo donde tomamos un minibús rumbo a La Paz.

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