domingo, 18 de septiembre de 2011

Yanacachi, la población de piedra con un pasado “idólatra”

Depósito de los hechiceros. Hace poco menos de 500 años no importó lo que Fray Diego Ortiz dispusiera para adoctrinar en la fe católica a los que moraban en Yanacachi. Los incas y sus creencias estaban ahí desde mucho antes. Hoy, este paradisiaco lugar conserva características que sólo allí se pueden encontrar, junto a su apacible calma y la belleza de su paisaje.

Caminando por sus calles, la atención se centra en sus casas construidas con piedra pizarra o laja, imágenes que fácilmente nos transportan al pasado.

El paisaje pétreo y verde que lo rodea deja percibir en el aire que tal vez los incas nunca se fueron de allí.

Este pueblo se encuentra a 87 kilómetros de la ciudad de La Paz, en Sud Yungas, a una altitud de 1.900 metros . Un letrero al ingreso señala que es una población de origen precolombino y que fue uno de los últimos asentamientos incaicos antes de una masacre.

Yanacachi, cuyo nombre significa “sal negra” -según Fray González Holguín- debido a las minas de wólfram que existen en las cercanías, es mucho más que el final del famoso camino precolombino del Takesi. Es un lugar tan antiguo que en la época de la conquista fue conocido como la Universidad de la Idolatría.

La destacada arquitecta e investigadora Teresa Gisbert, en su libro El paraíso de los Pájaros Parlantes, refleja lo que fue Yanacachi y su importancia como lugar sagrado y centro de difusión de las creencias religiosas de los incas, considerados idólatras y hechiceros, que hacían rituales y monumentos paganos por los españoles y cuyas actividades debían ser extirpadas a partir de la conquista. Esa tarea fue encomendada al agustino Fray Diego Ortiz, alrededor del año 1563.

Las piedras no olvidan

El silencio y el canto de los pájaros parecen ser los únicos que recrean el escenario en donde se desarrollaron estos hechos, hace casi cinco siglos. La sólida e imponente presencia de las construcciones de piedra obviamente no hablan, pero saben. Ella cuenta algo de la grandeza que una vez fue.

No hay sonidos de automóviles, ni bocinas ni gente apurada. Para quien está acostumbrado al caos de la ciudad puede resultar un lugar demasiado tranquilo. Son pocos los alojamientos y lugares donde comer en fechas que no sea Semana Santa. Igual, la vida transcurre, pero en un tiempo diferente.

Su plaza, con una retreta y una fuente que data de 1800, sus enormes cerrojos y sus balcones coloniales forman parte de sus calles cálidas, por donde transitan sus reservados habitantes, que rescatan la tradición de saludar a todo aquel que se cruza en el camino.

La iglesia de Yanacachi, también de piedra, es conocida por ser la más antigua de los Yungas y fue mandada a construir en el siglo XVI por el Virrey de Toledo.

En su altar mayor se encuentra el “Tata Pichu”, cuya fiesta se celebra el 12 de mayo. Diferentes robos dejaron al retablo que lo rodea casi sin ninguno de sus motivos de plata, según cuenta Adela Paco, de las Hermanas Misioneras Aymaras que están a cargo del templo.

La puerta de Vilcabamba

Yanacachi se considera también la puerta de ingreso a Vilcabamba, población cercana a Cusco, en Perú, y el punto más cercano a los Yungas que conocían los incas por el camino del Takesi.

Gisbert incluye en su libro a Fray Antonio de la Calancha, cronista de Charcas, que escribió sobre los habitantes de Yanacachi, quienes fueron adoctrinados en la fe católica al inicio de la conquista.

Pero finalmente Fray Diego Ortiz, conocido como “acérrimo destruidor de idolatrías y bolcán (ortografía de la época) de fuego en reducir idólatras” no pudo catequizar a Yanacachi y terminó dejando la población en 1567.

Una memoria necesaria

Los habitantes de Yanacachi son muy discretos a la hora de hablar de sí mismos. No les gusta figurar o dar sus nombres, pero sí hablar de su pueblo. Para ellos, los principales avances que se han dado en los últimos 40 años son la electrificación rural, la llegada de garrafas de gas y de telefonía celular. Actualmente son alrededor de 140 habitantes en el pueblo y más o menos el mismo número de familias viven en sus alrededores.

Pero si hay algo que no cambia desde hace años, es el camino que conecta a Unduavi con Yanacachi, muy angosto y con carencia de mantenimiento. Su orgullo es el clima, sus casas de piedra y siempre están prestos a recibir a los turistas que llegan a pie por el Camino del Inca.

Sobre el valor de su historia como una de las poblaciones más antiguas de los Yungas, el alcalde de Yanacachi, Feliciano López, señala que no cuentan con documentos antiguos, sólo existen algunos inventarios. “Nosotros somos gente de hoy y se presume que gente antigua seguramente sabía la historia, y lo que vamos a hacer es investigar”, dice.

Mientras tanto, Yanacachi continúa su existencia flanqueada por dos ríos: el Takesi, donde opera una empresa hidroeléctrica, y el Unduavi. Cuando llueve, generalmente es con una fuerza y una duración que hace que la niebla lo cubra todo.

En sus tardes se divisan aves como loros y buitres que sobrevuelan y permiten imaginar a Yanacachi desde el aire y a su pasado en simultáneo con su presente, donde la fe católica y las creencias de los incas se confrontaron una vez y donde hoy las casas de piedra, su existencia apacible y naturaleza vibrante, espera a sus visitantes con la misma calidez de siempre.

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