domingo, 18 de marzo de 2012

Riesgo extremo en los Yungas

En la actualidad en medio de las selvas de Bolivia y los acantilados empinados de los Yungas existe un grupo de personas que no camina, sino que ahora surca el cielo atado a cuerdas. Una experiencia llena de aventura y coraje.

Algunos de los habitantes del lugar, ya se conceptualizan como “aves que cruzan el cielo más rápido que los astronautas”.

Esta situación que llamó la atención de un reportero gráfico de Al Jazeera, -medio de comunicación audiovisual de Arabia-, quien reflejó esta situación en un crónica audiovisual en la que muestra la necesidad y el valor de estos hombres para enfrentarse con la muerte día con día, con el sólo objetivo de ahorrarse una larga caminata.

Un documental en toda su extensión puede ser apreciado en el link: www.aljazeera.com/programmes/2011/05/20115811409577464.html del cual se extrae esta información.

SUSPENDIDOS EN LAS NUBES

Por encima de las copas de los arboles en plena selva del valle de los Yungas de Bolivia, un chirrido frenético se escucha por los aires, se podría describir como si un pedazo de hierro que está siendo frotado por otro, incluso da la impresión de estar escuchando cómo circula la energía por los cables de alta tensión; pero simplemente se trata del paso aéreo veloz de seres humanos -quienes usando canastas tejidas y viejos trapos de ropa inservible como cestos de transporte-, se desplazan cual pájaros humanos colgados de los cables de acero inoxidable.

Los productores de hoja de coca y los agricultores son los que se desplazan de una montaña a otra, colgados de uno de los transportes aéreos más inseguros, pero que es el más solicitado puesto que es el único medio que tienen para hacer el recorrido a diario, ya que no existe caminos vecinales ni transporte motorizado en la zona.

HISTORIAS COLGANTES

La imagen que se obtiene desde el río, a más de 200 metros de altura, se observa como si la montaña hubiera sido cuadriculada con los cables de acero, que van de un lado a otro en la cima de las montañas, asemejando una gran tela de araña gigante.

El videodocumental sigue la cotidianidad de un cocalero durante una semana, que se dedica a la recolección de la hoja de coca para luego jugarse la vida en dos ocasiones, la primera cruzando las montañas y la segunda a través de un peligroso recorrido de cinco horas por la “carretera de la muerte”, simplemente para vender su producto en la ciudad de La Paz.

El uso de estos cables ocurre a cualquier hora del día y en cualquiera de los puntos de enlace -se calcula que hay unos 20-; aquí cada familia es la encargada de su propia seguridad, para lo cual utilizan ropas, gangochos, canastas y otros.

Ingenio popular

Antiguamente estos “hombres pájaros” realizaban largos recorridos a pie, casi una hora de viaje; es por eso que se tuvieron la idea de usar cables de acero y antiguas poleas oxidadas para desplazarse a través de los estrechos valles.

Uno de los habitantes del lugar asegura que desde niños tenían la tradición de caminar hasta el fondo de la montaña, cruzar el río y luego volver a subir hasta el otro lado. Actividad que representaba una buena caminata; y es que los valles yungueños son como una escalera entre las cordilleras altas de los Andes -más de 4.000 metros de altura- y en la cuenca del Amazonas verde.

Don Ignacio, con 72 años de vida, sigue volando a través del valle todos los días para cuidar a su plantación de coca en el otro lado de la montaña. Él fue el primer habitante en establecerse en el valle y fue su idea e ingenio lo que llevó a instalar el puente aéreo por cable.

"Yo llegué aquí en 1955. Fui el que fundó la comunidad y todo lo que ves aquí. No había nada antes, nada que transmitir a los hijos. Llevábamos todo en la espalda, al igual que los animales de carga. Fue entonces cuando pensé tener el sistema de poleas y cables. compré alambres de acero y me las arreglé para extender a través del valle el uso de la cuerda ", dice.

La invención de don Ignacio cambió la vida de los cocaleros. Ahora se puede enviar fácilmente cargas pesadas en todo el valle. Se calcula que esta línea de cable mide alrededor de 650 pies, lo que equivales a casi 200 metros, que cruza a través de este valle. Sin embargo, para decenas de agricultores que llevan sus productos de un lado a otro no es un gran problema. Aunque a simple vista se puede apreciar que el alambre de acero ya está muy viejo, esto debido a que es utilizado frecuentemente para sacar los tambores de hoja de coca.

Sin redes de seguridad

Según los habitantes del lugar se necesita alrededor de 30 segundos para cruzar de un lado a otro, reduciendo al mínimo el tiempo de transporte. “Recién estamos haciendo hace ya unos seis o siete años. Antes de eso no había nada. Nada”, asegura una cosechadora de hoja de coca.

Cada uno de los extremos está sujeto a postes o árboles del lugar, donde se van amarrando los cables de acero. Algunos de los cables han estado en uso durante años y ya se han aflojado dramáticamente, pero los lugareños todavía no los han sustituido.

Uno de los ocasionales usuarios asegura que: “no se rompe nunca es de acero galvanizado y de todos modos hemos puesto cuatro cables para cada uno de los enlaces...”.

A estos cables aéreos se montan las poleas y se aseguran los tornillos laterales con alambres, pitas o plásticos para que las poleas no se desarmen y puedan realizar el viaje con “seguridad”.

Pero como la estructura no cuenta con un arnés o con un silla de transporte, los productores se ven obligados a amarrarse a las poleas con sus talegos o saquillos, “tres amarres y estás seguro, esto no se desamarra”, cuenta don Ignacio antes de lanzarse al vacío. No sin antes tomar un puñado de hojas en la mano y que estas le sirvan como guante natural para llegar al otro lado de la montaña, ya sea como freno o para proteger las palmas.

Hay veces que la fuerza gravitacional es menor y el “hombre pájaro” queda alejado a pocos metros del punto de llegada. No le queda otra que llegar por su propio esfuerzo, jalando su cuerpo.

Aunque este medio de transporte no está prohibido para las mujeres, hay algunas que no se animan a realizar esta travesía y aún prefieren caminar hasta el río. Como es el caso de María B, cuya experiencia la llevó a preferir el camino y no así los cables de acero.

Aves sin alas

"Mi esposo se cayó y murió en el río. De alguna manera él perdió el equilibrio y se cayó de su “silla”, aunque no estoy segura de lo que realmente sucedió", asegura María.

Los comunarios afirman que en los últimos 20 años, tres personas se han caído y perdido la vida en este trayecto aéreo. Muchos lo atribuyen a la negligencia, es por ello que algunas mujeres prefieren cruzar a pie.

"Este puente no es para las mujeres. Tenemos demasiado miedo a cruzar los cables, por lo que la mayoría cruzamos a pie. Es muy agradable porque a menudo podemos quedarnos en el río y bañarnos”, relata María.

"Mirá lo lejos que mi marido se cayó. Su cuerpo fue destrozado, las tripas salpicado por todas partes. Fue horrible", dice ella, recordando la tragedia. Actualmente María volvió a contraer nupcias y su nueva pareja se dedica a la actividad de la agricultura.

María y su nuevo compañero Alex sólo pueden vender mandarinas frescas en el mercado. Por lo tanto, el tiempo es crucial.

“En el valle de Yungas, los días de trabajo son largos y arduos. Lo más difícil es la cosecha de mandarinas, que crecen en abundancia, pero tienen que ser recogidas dentro de dos días de maduración, de lo contrario se pudren”, asegura Alex.

Asimismo menciona que su vida siempre es una carrera y precisamente esa condición es la que puede llevarlos a cometer errores, “si se arma mal, o se amarra mal, entonces puedes caer", dice Alex.

"Es por eso que los cables no son tan confiables como se suele decir ... es como la ruleta rusa", finaliza María.

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