domingo, 30 de septiembre de 2012

El tiempo en el valle de Cayara



Son las seis de la mañana y la altura de las antiguas tierras desde donde alguna vez el virrey Toledo promulgó una serie de decretos relativos a la producción minera y al trabajo de los indios, se deja sentir. Aun sin aliento, con la tentación de moverse apenas, la primera imagen que cautiva como silueta perfilada por la débil luz de la mañana, es la del Cerro Rico de Potosí.

Hay tanta información sobre la Villa Imperial —dada su trascendencia en la historia no sólo de la actual Bolivia, sino de gran parte del mundo occidental—, que casi invariablemente se asocia a Potosí con las tierras altas y gélidas. Pero hay mucho más en el departamento del sudoeste del país, por ejemplo Cayara, valle a tan sólo 23 km de distancia, es decir a 30 minutos en coche desde la capital potosina.

Ese privilegio de la naturaleza está a 3.550 msnm. Es una comunidad agrícola con una variopinta riqueza de cultivos, árboles típicos e infinidad de flores y cactáceas que adornan sus laderas.

En el corazón de la comunidad se levanta una antigua hacienda, cerca del río que ofrece truchas arco iris y salmonadas, y rodeada de 40 variedades de aves silvestres, entre ellas picaflores cuyo rápido aleteo suele quebrar el silencio. Dicha hacienda, llamada también Cayara, “nace con títulos que datan de 1557, 12 años después de la fundación de Potosí”, destaca el presidente de la Sociedad de Historiadores, Arturo Leytón. “Dichos títulos le fueron otorgados a Juan de Pendones por el rey Don Felipe II; consta que el virrey Francisco de Toledo visitó el lugar en 1575 y distribuyó azogue (monopolio real) a los mineros de la zona, desde esta localidad”.

La propiedad es en la actualidad un hotel museo que, como la industria que antaño producía estuco y hoy también cal viva e hidratada, aporta al movimiento económico de una comunidad de 180 familias, cada una con un promedio de cinco integrantes.

El ingeniero Juan Jorge Aitken, que aclara que Cayara es el nombre aymara de la flor que se muestra cada siglo, la puya Raimondi, cuenta que la abundancia de agua se traduce en la producción de hortalizas, haba, trigo, cebada, papa y frutas como peras, guindas y manzanas, entre otras.

En el siglo XVI, la misma cualidad, el agua, motivó la instalación de un molino, un ingenio y la finca que se extendía por 4.000 hectáreas. De allí salía la cebada que alimentaba a los animales de carga, imprescindibles en aquella época.

La finca, en sus 455 años, ha pasado por las manos de solamente tres familias: los Pendones, los Palomo y los Soux. “Fue visitada por el Libertador Antonio José de Sucre al final de la Guerra de la Independencia; aquí organizó el ingreso a Potosí”. Documentos al respecto “están en la biblioteca de la casa”.Desde entonces, la hacienda fue visitada por siete presidentes de Bolivia y varias personalidades internacionales, como se verifica en las firmas del libro de visitas.

No todo ha sido idílico en este lugar; hubo varias luchas que sostuvieron los dueños de la hacienda y los campesinos por el derecho propietario. En 1952, por la Reforma Agraria, Juan Aitken Soux, padre del ingeniero que hoy administra el lugar, entregó más de 2.000 hectáreas a comunarios, y hubo otra cesión en 2007.

En 1962, los Aitken llevaron hasta ese lugar cinco vacas Holstein, adquiridas en Cochabamba. “Los animales se enfermaban por la altura; no es fácil que se adapten de 2.600 msnm a los 3.500 que tiene Cayara. La aclimatación llevó años”. Pero, finalmente, no sólo se logró habilitar una lechería, sino que se la fue modernizando con equipos de ordeño automático y con inseminación artificial de los animales, al grado de que cada vaca da hoy de 6 a 18 litros por día.

“La hacienda se convirtió en el lugar propicio para la fabricación de quesos de altura, helados, yogurt y natas”, productos que se pueden adquirir en la ciudad de Potosí.

La vieja casona fue restaurada en 1880 por Aquiles Riccioti (segundo esposo de la propietaria de entonces, Dominga Palomo). Y ya en el siglo XXI, arreglos que demandaron cinco años han servido para acondicionar la antigua propiedad como hotel y como museo, funciones que cumple desde 2008.

El propietario explica que desde hace poco que se hace publicidad del lugar, aunque no pocas personalidades nacionales e internacionales han pasado por él. “Aún tenemos el conflicto de la señal que no nos permite tener líneas fijas de comunicación o internet. Pero seguimos invirtiendo a fin de instalar todos los servicios, para entonces promocionarnos como se debe”.

A 15 minutos del hotel se encuentra el otro emprendimiento de Aitken. “Mi papá tenía una yesera donde trabajé mientras estudiaba Ingeniería Civil. Con la experiencia, al momento de preparar mi tesis, propuse el tema de la instalación de una planta de yeso, caliza y cal”. Aprobó con honores y el proyecto le sirvió para obtener un crédito bancario e instalar, en 1977, una planta de esos materiales. “Hoy tenemos la más moderna y grande de Bolivia en el rubro”.

El contraste entre la modernidad y el pasado se hace evidente en Cayara. Luego de un recorrido por la planta industrial, donde la alta tecnología es la característica, de nuevo en la hacienda el huésped tiene la opción de tomar los alimentos en un comedor del siglo XVI, con una imponente chimenea y bajo los frescos que destacan en las bóvedas. O quizás dormir en la cama en la que se dice pasó la noche el joven mariscal Sucre.

Y están los balcones internos, los cinco patios que parecen resguardar una primavera eterna, la capilla donde yacen los restos de las familias que levantaron la hacienda y la sostuvieron.

Por si fuese poco, la fuente de donde brota el agua cristalina día y noche es capaz de persuadir al visitante, con su cantarina voz, de que el viaje a Cayara no sólo es geográfico, sino también temporal.

Una moderna planta industrial de cal

La Estuquera Cayara comenzó a operar en 1977. “Alquilé la concesión minera de yeso y el molino de agua” y la empresa se puso en marcha para dotar de cal a la industria minera. “Hoy somos la planta más moderna y grande de Bolivia en el rubro”, dice el ingeniero Juan Jorge Aitken. “Los ingenios mineros requieren cal viva y la cal hidratada se utiliza en la construcción y también en la producción de azúcar”, entre otros usos industriales del producto.

La demanda permite emplear a 70 personas, adquirir materia prima de otras 150, mientras que el transporte y servicios aledaños dan ingresos a 20 personas más, detalla el empresario.

La planta está casi totalmente automatizada y la calidad de trabajo ha permitido la certificación ISO 9001, 14001 y 18001.

“Lo único que se necesita ahora son los filtros de mangas para los gases de combustión, los que ya están en camino”.

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