martes, 15 de enero de 2013

La Salamanca: arte rupestre en Chuquisaca



En blanco, negro, rojo y anaranjado, pinturas rupestres de innumerables víboras, figuras antropomorfas, seres indeterminados y símbolos abstractos cubren la parte superior interna de la gruta de La Salamanca. Los tres caminantes que llegamos al lugar después de un largo recorrido, descubrimos la variedad de las formas que nos subyugan y procedemos —“jugando” a los hermeneutas— a interpretarlas durante horas.

Los dibujos llaman la atención porque se alejan de las actividades humanas (hombres cazando o con animales domésticos, etc.) que suelen ser comunes. Al menos, así me lo dicta cuanto sé sobre pintura rupestre.

El sendero serpentea entre una tierra y rocas coloradas, en medio de cactus de todo tamaño y arbustos llenos de espinas. La temperatura aún no es elevada pues son las 06.30, pero a mediodía puede llegar a 35 grados centígrados; es un hábitat perfecto para toda clase de víboras inofensivas que abundan en el lugar, las cuales tienen más miedo de nosotros que nosotros a ellas. Éstas son el motivo principal de las representaciones rupestres prehistóricas de La Salamanca, como descubriremos horas más tarde.

Estamos a una hora y media de viaje en auto de Villa Abecia (Valle del Cinti, Chuquisaca), en un pueblo de menos de 50 habitantes llamado Higuerayoc.

Toda la zona es conocida por la abundancia de piezas de arte rupestre, consistente en pinturas y símbolos pictográficos en bajo relieve practicado en las rocas, pero nos dijeron que la gruta de la Salamanca es la de mayor tamaño y variedad. Hacia allí nos dirigimos.

Lo único que tenemos por seguro es que se encuentra a una hora y media a pie desde Higuerayoc; además del recuerdo vago de una persona del grupo, Cristian, que estuvo allí una vez, hace un par de años.

La caminata comienza, el sendero no demanda ninguna exigencia particular. Entre los cactus, se ve una serpiente escabullirse. Bajo las rocas y en agujeros “debe haber cientos de ellas”, dice uno de los caminantes y uno, citadino como es, se estremece. Tras el sobresalto, se reanuda el trayecto y una aguilucha planea sobre nosotros, da un par de giros y se para en una gigantesca roca roja. Cristian, que vive parte del año en Villa Abecia, recuerda que sobre esa cueva se instalaron hace un par de años dos religiosos krishnas que juraban que se contactaban con seres extraterrestres (!).

Tras terminar una subida, encontramos el manantial, la cabaña abandonada por los krishnas y una decena de cabras que están allí por el agua y que nos miran con curiosidad.

Llegamos a un muro de piedra de unos seis metros de altura y vemos la primera muestra de arte rupestre. Se trata de unos símbolos que nos resultan abstractos y una figura antropomorfa con una suerte de aureola encima de la cabeza. El lugar se encuentra en un vado seco. Continuamos hacia el sur, errando por el camino alrededor de tres kilómetros. En cuanto caemos en cuenta de que perdimos el sendero, damos la vuelta y decidimos seguir el vado seco; no nos engaña la intuición, pues es el camino correcto.

Estamos cansados, pero yo me niego a detenerme, prefiero estar en movimiento porque temo que de cualquier roca salga una cascabel o un alacrán.

Tampoco quiero ir por el río seco, pues en los hoyos forjados en la piedra de un solo bloque que sirve de piso queda agua de la última lluvia y eso, pienso, seguramente atrae a serpientes y otros animales que en mi mente se tornan amenazadoramente monstruosos.

Ya van dos horas de caminata. Mientras serpenteamos gigantescas rocas o pasamos por encima de ellas, veo otra víbora que escapa rauda de nuestra presencia. Las fuerzas parece que nos abandonan y pensamos si vale la pena seguir, pero ante mis sorprendidos ojos se abre la gruta de La Salamanca.

La cúpula, de unos 38 por 18 metros, está pintada en un 70% de su superficie. Es una suerte de “capilla sixtina” prehistórica. El investigador Carlos Methfessel, miembro de la Sociedad de Investigación de Arte Rupestre de Bolivia (SIARB), a quien consultaremos ya de vuelta en La Paz, dice que si ese lugar hubiese sido descubierto por los españoles, sin duda que estaría destruido. El académico se niega a interpretar los dibujos, prefiere no abandonar el método científico para dar respuestas bien respaldadas. Nosotros, simples admiradores, nos dedicamos a interpretarlas, dando rienda suelta a la imaginación, alentada por el silencio del lugar.

Un hombre blanco es el centro de la representación. Está sujeto a lo que posiblemente sea una serpiente o una línea que ordena las demás figuras, las cuales salen de esa suerte de cordón umbilical. De la víbora ordenadora nacen figuras antropomórficas y seres indeterminados. La línea da vueltas por todo el techo.

Sobre la cabeza del humano hay un círculo con símbolos abstractos dentro. Podría ser la figuración de su pensamiento. De la boca salen unas líneas de negro que me hacen recuerdo el modo en que los mayas representaban gráficamente la voz.

Los símbolos (como ése de color naranja y bordes negros que se ve en las fotos) son tal vez los más enigmáticos. Éstos abundan; algunos semejan letras, sobre todo la “S” y me hacen pensar en lo que he leído sobre los orígenes de la escritura. Otro grupo de figuras es de monstruos antropomorfos de color naranja, tres con los brazos hacia arriba y uno con los brazos hacia abajo (¿bailan?).

Hay también una encadenación que se origina en un reptil (aparentemente): de una de las patas de un sapo salen dos hombres, uno sostiene “algo”.

Methfessel dice que no se sabe la antigüedad de esta manifestación artística, sin embargo se piensa que la hicieron los llameros que tenían su ruta por esa zona: “La domesticación de la llama es de hace cinco mil años antes de Cristo”. La cueva presenta daños irremediables debido al vandalismo, y Methfessel pide al Gobierno que haga cumplir la ley que protege este patrimonio boliviano.








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