lunes, 12 de agosto de 2013

Nuevo rostro de la Hacienda Huayllani


Restauración. Esta hacienda fue edificada en 1853 y desde entonces estuvo presente en la memoria e historia de los sacabeños. Un legado familiar que recupera su esplendor para recibir a los cochabambinos.
Epoca republicana



Los primeros párrafos de la historia de la Hacienda El Álamo datan de 1853, hoy conocida como la Hacienda Huayllani, -ubicada al lado sur del kilómetro ocho a Sacaba, sobre la avenida Villazón-, cuando una de las familias pudientes de la época republicana decidió construir su casa de campo en esta zona, constituyéndose en una muestra de esplendor y gloria del pasado.

En verdad se trataba de un lugar distante de la ciudad, que aún no estaba poblado del todo y que era una de las tierras más bondadosas de la región, ya que era fértil para el cultivo agrícola.

Lamentablemente no se tienen datos de los primeros propietarios, lo cierto es que Raúl Rivero Torres, abuelo del actual propietario, adquirió la propiedad de la familia Medrano, de eso ya hace 90 años y que a partir de entonces esta casa de campo se convirtió un frecuente escenario de vida de la familia.

Según relata Raúl Rivero Adriázola, todos los años, durante las vacaciones de fin de año, toda la familia se trasladaba a la hacienda para habitar la casona por el lapso de tres meses, tiempo en el que Raúl Rivero aprovechó para enamorarse de su entorno y admirar el trabajo que allá realizaron sus ancestros y sobre todo disfrutar de la cálida vida de campo.

Sus gratos recuerdos se entrelazan con juegos en medio de las gallinas, el olor de las vacas, el cultivo de temporada y la libertad que sentían en medio del campo; para Rivero llegar a este lugar era dar rienda suelta a sus sueños y anhelos.

Tradicionalmente la familia Rivero era conocida en el departamento, y mucho más en el sector, por su actividad lechera y la casona era el centro del trabajo cotidiano.

“Mi familia trajo las primeras vacas Holstein a Cochabamba, recuerdo que llegaron en avión desde la Argentina”, afirma orgulloso Raúl Rivero al hablar de una de las razas vacunas que destaca por su alta producción de leche y carne.

Y la producción lechera fue una de las razones para que la familia se convierta en uno de los socios fundadores de la Planta Industrializadora de Leche (Pil).

Pero la bonanza no pudo mantenerse por siempre y cuando el partido político de la Unidad Democrática y Popular (UDP), -una alianza política formada a finales de la década del 70 y que abarcó varios partidos de la izquierda boliviana-, llevó al país hacia una profunda crisis económica, el negocio de la lechería no pudo mantenerse y la quiebra los relegó.

Esta contrariedad también afectó al ritmo habitual de la hacienda, hasta que poco a poco quedó abandonada y desmembrada por la venta de terreno.

Poco a poco la casa de hacienda fue reducida a una superficie de cuatro mil metros cuadrados; la misma que cuenta con una estructura tradicional de casa de campo, con patio central, la huerta y las tierras de cultivo.

Refacción de los sueños

Hace un par de años la idea de la restauración comenzó tomar forma para Raúl Rivero, cuando motivado por el amor y la nostalgia de sus raíces, se dio la tarea de recuperar la arquitectura de antaño. Recurrió al arquitecto Ruddy Rocabado, quien trabajó arduamente para recuperar la vivienda.

“No estaba dispuesto a perder mis raíces y me puse a la tarea de refaccionar la hacienda de mi abuelo, sin saber que haría con ella”, señala Rivero y es así como se empezó a reparar la verja y se habilitaron los antiguos ambientes de la capilla y dos salones.

En este periodo se trabajó en un 90 por ciento de materiales originales; con el uso adecuado de la técnica de restauración se logró conservar la estructura original. Para pena del propietario uno de los materiales que tuvo que ser reemplazado fue la teja del techo, puesto que ya no se pudo encontrar, y menos comprar, las ‘tejas musleras’, aquellas que adquirían la forma de los productores, puesto que utilizaban el grosor de la pierna para dar forma a las tejas.

Todas estas mejoras -que han significado una fuerte inversión- se realizaron con el fin de preservar una casa rural republicana temprana.

“Considero que ya no tenemos muchas haciendas y casas de esta época y me gustaría que la mía sea un ejemplo para la sociedad y que se replique esta iniciativa, porque al derrumbarlas y construir edificios modernos estamos perdiendo gran parte de nuestro patrimonio cultural”, afirma Rivero.

Durante el proceso de restauración se ha recuperado el patio central (420 m2), cubriéndolo de ladrillo tipo Pavic y se han sembrado mil metros cuadrados de pasto.

Una de las características típicas de esta hacienda es la pequeña laguna, la cual atraviesa un puente de madera y como un encanto de la naturaleza la arboleda colindante dibuja ensoñadores paisajes.

capilla misional

Ya desde el portón de ingreso a la hacienda un aire señorial y de antaño se cruzan con la modernidad. Un jardín amplio, adornado con cántaros de barro, molles y terebinto (especie muy rara de ver en esta región) y una capilla de antaño -la cual aún ostenta su campana original-, son los puntos de presentación de este hermoso lugar.

De acuerdo a Raúl Rivero esta capilla fue uno de los centros de catequización en la época republicana, antiguamente denominada como la capilla de las misiones; un lugar al cual acudían grupos de religiosos para catequizar a los creyentes, bautizarse, hacer su primera comunión, confirmación y matrimonio solo dos veces por año.

Esta capilla mide unos 12 metros de largo por nueve de ancho. Y al centro, en el lugar privilegiado se encuentra el altar mayor, presidido por la imagen de la Virgen del Carmen y patrona de la región.

La misma que fue traída desde Europa y que llegó al valle cochabambino en el lomo de un burro.

“Tuvimos mucha suerte, pues el altar tenía preservado su madera de pino intacta bajo una capa de pintura, la cual fue removida con mucha cautela y ahora parecería ser nuevo el altar mayor” señala Raúl.

El resto del mobiliario de la capilla es de la época, y allí destacan un par de sillas muy ricas en tallado; pero que no cuentan con respaldar que son utilizadas de frente al altar mayor.

Dicho mobiliario hace pensar que esos objetos solo estaban destinados a los propietarios de la hacienda, atribuyéndoles su rol de importancia dentro de la colectividad.

La casa de hacienda

Al ingresar por el portón principal, un zaguán de casi cuatro metros de altura se yergue imponente frente a los visitantes, donde se encuentra una lámpara francesa de la época, que se caracteriza por los cristales colgantes. En ambos lados de la habitación se encuentran dos pequeños salones, los cuales están decorados con mobiliario de la época; también se mantiene la puerta de madera, el arco de adobe, la voluta de hierro original y también el escudo de la familia Rivero.

En uno de estos salones se encuentra la foto del Raúl Rivero Torres y destacan dentro del escenario unos candelabros que descienden del techo; y aunque en la actualidad las velas fueron reemplazadas por bombillos eléctricos, su magnificencia es innegable.

Estos ambientes fueron construidos con adobes de 80 centímetros de ancho, lo cual mantiene la temperatura muy agradable, tanto en invierno como en primavera.

El propietario relata que precisamente en estos lugares la familia solía guardar los cereales y el grano cultivado y que por lo tanto, la estructura arquitectónica procuraba mantener la humedad, ventilación.

Llama la atención que todo este sector conserva el techo de la época, donde se empleó la técnica de la caña hueca vista. Al ingresar al patio central se nota un poco de cambio y es que el piso fue cambiado para brindar mayor comodidad al visitante. De acuerdo a Raúl Rivera, esta motivación surgió del deseo de conservar su hacienda y a la vez contribuir al turismo de la región. “En la actualidad la sociedad busca dejar el bullicio de la ciudad y que de mejor manera que a una casa de campo republicana”, enfatiza el propietario.

Nuevos planes

La familia Rivero vislumbra el futuro de la hacienda; es por eso que hoy por hoy decidió convertirla en restaurante y centro de eventos, un lugar que cuente con una buena oferta gastronómica. Dándole así a la Hacienda Huayllani un toque diferente

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