domingo, 27 de octubre de 2013

Los mineros de Quime se convierten en guías de turismo

Desde siempre, un aire enigmático y sigiloso se apodera del interior de la mina. La insondable oscuridad, la penetrante humedad y ese frío sobrecogedor a 4.826 metros de altura -que sólo es posible resistir con un poco de coca, cigarro y alcohol- con el tiempo se convirtieron en el refugio, rutina y forma de vida de 300 trabajadores de la mina Argentina, en el municipio de Quime.
Basta dar los primeros pasos hacia el interior de este milenario socavón de la Central de Cooperativas Mineras de Caracoles para sentir la misma adrenalina y ese sudor frío que sienten los mineros en su faena diaria explorando y explotando estaño, sin escatimar riesgos ni sacrificios.
Vestidos con botas de goma, un overol de lona y el infaltable guardatojos con linterna, empieza un recorrido por el interior de esta mina ubicada a cuatro horas de viaje desde La Paz, donde los más experimentados mineros se convierten en guías del circuito turístico El espíritu de los Andes, implementado por primera vez en este lugar por la Unidad de Turismo del municipio de Quime.
"En la mina cambia el ambiente, todo es oscuro, baja de temperatura a diez grados bajo cero y se genera mucha humedad por las vertientes de agua, por eso es importante acullicar coca con alcohol y cigarro. El trabajo es esforzado, pero se necesita transpirar para combatir el frío”, advierte Pánfilo Marca, presidente del Concejo Municipal y minero.
Un riachuelo de agua turbia y un par de rieles marcan el sendero desde el ingreso hasta el final de este recinto, del que mensualmente llegan a extraer hasta 100 toneladas de mineral.
A medida que se avanza y la tiniebla se apropia del espacio, estas riadas -que al principio parecen charcos en el suelo- pueden llegar hasta 15 centímetros de alto, dificultando el equilibrio en cada paso que se da sobre esta superficie de barro.
En la mina Argentina, como explica Gonzalo Ponce, es imposible encontrar un altar para el Tío, porque acostumbran dar ofrendas a la Pachamama sacrificando 20 toros.
Además de esta arraigada tradición, también heredaron el hábito de bautizar las vetas con nombres de mujeres, como Santa Elena, Úrsula y Pepita, "porque así las podemos penetrar”, comentan casi en tono de broma, haciendo una analogía con el acto sexual.
Si bien tienen establecido trabajar ocho horas diarias, hay cuadrillas de obreros que, con el fin de percibir un salario extra, pueden quedarse hasta el amanecer buscando su preciado mineral.
En esos casos, el mayor riesgo es que la lámpara se apague y sean incapaces de salir de la mina por falta de luz y que nadie pueda ir en su rescate.
También están expuestos a la explosión de dinamitas en el interior. No obstante, Marca explica que establecieron horarios para que todos salgan de la mina y sólo uno se encargue de encender la mecha, a fin de evitar accidentes. "Si alguien pierde la vida, que son casos muy escasos, es por falta de experiencia”, agrega.
Y aunque suele ser un trabajo que demanda fuerza y resistencia, hay mujeres que asumieron el desafío, colaborando principalmente en la selección de minerales antes de ser enviados en volquetas al Ingenio de Molino, donde se realiza la "obra fina” de este proceso de producción.
Desde este ingenio de tres niveles con estructuras de pino, unos 40 mineros, repartidos en dos turnos, supervisan el trabajo de la maquinaria diseñada para lavar, triturar y pulverizar las cargas mineralizadas.
Enoc Guzmán, representante del sector minero Caracoles, asegura que en este ingenio no se corre peligro, pero se necesita dominar el manejo de las máquinas para obtener concentrados comerciales con leyes de 67% de estaño para entregarlos a la fundición de Vinto en Oruro.
Esta maquinaria fue traída por la familia Aramayo a principios del siglo XX, cuando compraron las concesiones a la familia americana Guggenheim, que había cimentado el ingenio años atrás y además tenía vetas de estaño en el Centro Minero Caracoles.

Puede ser que en más de un siglo de historia haya cambiado el sistema de organización, de asalariados a cooperativistas, pero jamás cambiará el ímpetu de estos mineros, que por cuatro generaciones se convirtieron en artífices de la explotación y comercialización de estaño, haciendo que Bolivia dé a conocer su riqueza mineral, traspasando fronteras.

El inversionista de la mina Caracoles que murió en el Titanic
El estadounidense Ben Guggenheim, uno de los pasajeros que murió en el naufragio del Titanic en 1912, fue dueño de la mina Caracoles, ubicada en el municipio de Quime. Heredó de su padre Meyer, junto a sus seis hermanos, vetas de estaño en ese centro minero y otras distribuidas en el sector de la cordillera de Tres Cruces.
Antes de morir en el transatlántico, Ben y sus hermanos hicieron obras en la región. Construyeron un camino hasta Pacuni y a la mina Argentina. También hicieron levantar el Ingenio de Molino y los andariveles para el transporte de minerales con 11 kilómetros de extensión.
El Estado boliviano de entonces también les había concedido el uso de aguas de los lagos Chatamarca, San José, Carolina y Concepción.
No obstante, tras una crisis minera en la primera mitad del siglo XX, los dueños de las concesiones decidieron vender sus bienes a la familia Aramayo.

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