domingo, 6 de noviembre de 2016

Desde la mirada del turista. Visita a Aimaya, un pueblo potosino

El amanecer es el mismo, a diferencia de que aquí en Aimaya -un pueblo de la provincia Bustillos, ubicado al norte del departamento de Potosí y a 20 minutos de la terminal de Llallagua- el frío es más intenso, pero eso no parece importarles a las mujeres del lugar que van preparando de a poco, una que otra caseta en los alrededores de la plaza.

En unas horas más iniciará la práctica ceremonial y cultural denominada el “Tinku”, que por generaciones se realiza en esta misma zona; algunos dicen que aquí se originó esta tradición; pero, se desconoce dónde y cuándo.

Este evento que se realiza el segundo fin de semana del mes de octubre, durante el inicio del periodo de siembra. Estas festividades generan buenas ventas para los pobladores, es por eso que cada espacio de la plaza es aprovechado para armar un puesto, porque según dicen, “ahí hay más venta”.

Mientras más me iba acercando a este lugar, vi a un niño de aproximadamente tres años portando unos bidones de plástico, acompañado de su madre, que también llevaba una sombrilla, telas y a una wawa (bebé) en su espalda envuelta en aguayo, posiblemente se dirigía a un puesto de venta.

La gente me miraba como extraño y es que aquí casi todos se conocen y por ello la presencia de alguien externo causa desconfianza. Es por ello que las señoras que armaban sus sombrillas y limpiaban con escobas de paja en la plaza, murmuraban entre ellas.

A medida que me iba acercando podía escuchar con claridad sus comentarios en quechua. “Jinapuny kay turistas jamuyta yachanku. kunanri mamaymanchus risan i? Ancha ph´unchay jamun” (así siempre los turistas vienen. Ahora ¿dónde estará yendo? Muy temprano ha venido).

Al momento de oír su conversación me llamó la atención el adjetivo que utilizaron para describirme, el “turista”. ¿Será porque vestía un chulito marrón, con unas gafas negras, chaqueta, un jean, una mochila en la espalda y una cámara en mano? Tal vez la vestimenta me delató o la cámara.

Entonces concluí que para ellos todo desconocido es un “turista”, tampoco me vestí de forma extravagante.

"Sumaj phunchay kachun señoras. Ari, ni mayk´aj jamurqanichu, maymanpis chayamusajcha. (Que tengan buenos días señoras. Sí, tienen razón, tal vez nunca vine, pero aun así donde sea voy a llegar seguramente)", respondí con un tono burlesco.

La expresión en sus rostros era graciosa. No dijeron nada, solo me observaron con esa duda de “Y este joven cómo sabe nuestro idioma”.

Continué mi camino. Aunque pensándolo bien, las señoras tenían razón al decir que había llegado muy temprano. Me dio tiempo para hacer un recorrido por la zona pero no encontré nada novedoso.

LA IGLESIA

Aquella infraestructura que está al frente de la Plaza Principal, me sirvió para aguardar a los "Jula Julas” (desfile de ayllus). Faltaban 10 minutos para las 14:00 y me dijeron que a partir de las 16:30 se evidenciaría el tan esperado desfile.

Esta infraestructura fue construida en 1750 por los jesuitas. Un techo de más de cinco metros de alto, paredes de un metro de grosor, y ahí estaba, al fondo, la estatua de Jesús, rodeada de velas traídas por los devotos. Este ambiente tiene la capacidad para albergar aproximadamente a doscientas personas. Los bancos, (asientos de madera), fueron obsequios de comunarios de Aimaya.

Estos muebles gastados y viejos, exponen ciertas placas que suelen estar acompañados de firmas. "Por la fe y devoción. Familia Zabala 1899", "Gracias virgencita. Familia Montaño 1912"; y demás.

Los fieles ingresaban de rodillas, desde la puerta hasta el altar del cristo crucificado. Llevan consigo flores y velas en la mano.

BODAS

Sin casi notarlo me quedé dormido. Desperté cerca a las 15:30 y la iglesia estaba totalmente llena. Abundaban personas con vestimentas llamativas, de colores chillones y claramente se podía diferenciar un grupo de otro.

Cuatro parejas, de ayllus diferentes contraían matrimonio. Un evento totalmente diferente al de costumbre. Como siempre, la novia vestía de blanco pero más a su estilo; una pollera, una blusa, unos guantes y un velo que cubría su rostro. El varón lucía elegante con un traje negro pero colgaba en su cuello un pendiente hecho a mano con colores del aguayo. Ambos agarrando unas velas encendidas. “Estas velas simbolizan sus vidas, y en un ratito más ustedes ya no serán dos, sino encenderán una sola vela”, comentaba simbólicamente el sacerdote Gilberto Quispe.

En ese instante recordé que vi en las afueras de la iglesia muchos fotógrafos, que llegaban de diferentes lugares y pertenecían a una “asociación”, ya que llevaban consigo unas pequeñas máquinas de impresión digital que facilitan la fotografía instantánea por el costo de 10 bolivianos; pero, en ese momento no había rastro alguno de ellos. Casualmente yo era el único que portaba una cámara. Es así como un “desconocido” tuvo el privilegio de ser el fotógrafo de cuatro matrimonios diferentes a la vez.

“Fotito sacales pues papitoy”, me decían. Los novios estaban acompañados de sus padrinos, quienes vestían unos ponchos verdes y por ello era fácil de identificarlos.

“Con este anillo, yo Demetrio, te voy hacer mi mujer, y te voy amar hasta que seamos viejitos. Mis cosas son tuyas, y yo soy tuyo”, comentaba mientras introducía la argolla en el dedo de Sabina.

JULA JULAS

Mientras eso sucedía en la iglesia afuera se iniciaban los Jula Julas (danza de Ayllus) y hacían su ingreso a los patios de la iglesia, en filas con movimientos en “sig sag” al son del compás de las melodías que interpretaban. Cientos de espectadores acompañaban el momento.

El líder del Ayllu estaba al frente, acompañado de dos mujeres con banderas blancas, con el significado de paz, agitando de un lado al otro y eran seguidos por los miembros del ayllu. Uno de ellos llevaba una cruz vestida en poncho y una montera en la parte superior, y por detrás le seguía gente adulta, jóvenes y niños. Todos eran hombres. Lucían monteras, chulos, con guantes colgados en sus cinturas, chalecos multicolores, pantalones jean y unas botas militares.

Después de más de 10 minutos de demostración y espectáculo, se detuvieron en la puerta de la iglesia, todos de rodillas. Rezando en quechua. Y poco a poco iban ingresando en la misma posición hasta el altar. Y así sucesivamente lo hacían los demás Ayllus.

Todas las cuadras de Aimaya en honor al Tinku, llevan el nombre de los Ayllus: Bustillo, Charcas, Alonzo de Ibáñez, Bilbao Rioja y demás.

TINKU

Solo faltaban 10 minutos para las 6 de la madrugada, y el lugar donde pasé la noche estaba a cuatro cuadras de la plaza. Las voces de esa multitud de personas interrumpieron el sueño. No tardé mucho en cambiarme y me dirigí al tan famoso y esperado Tinku.

Dos personas de diferentes Ayllus, se enfrentaban dentro de una especie de ring,espacio que los mismos espectadores marcaban. Y en medio de los contrincantes había un árbitro, portaba un sombrero, un pocho verde que cubría su pecho y su espalda, y en sus manos un látigo. Estas peleas se producían en diferentes sectores de la Plaza a la vez.

El lapso del combate cuerpo a cuerpo duraban entre un minuto a dos, en otras ocasiones era menos, si se pasaban del tiempo establecido, el árbitro separaba a los contrincantes con su látigo.

“¡Mamani kani! (¡Soy Mamani!)”, gritaba repetitivamente alguien que recién había terminado de pelear, mientras se golpeaba el pecho y daba brincos proclamándose ganador.

La Plaza se había convertido en un espectáculo de luchas. También existían categorías de niños y ancianos. El interesado podía elegir a su oponente y el árbitro aprobaba. Se trataba de ser lo más equitativo posible. Las patadas eran prohibidas en la pelea.

"Andá pelea", me decían. Obviamente que no había pasado desapercibido. Pero en ese ambiente de pelea daba ganas de tener una lucha con alguien. Tal vez me darían la lección de mi vida pero hubiese sido otra la historia. Lo hubiese hecho pero como yo era un turista también desconocía a quién confiar mi cámara y mi mochila.

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