domingo, 1 de septiembre de 2013

Surcar el cielo. En la piel de Ícaro por unos minutos

La mitología griega cuenta que Dédalo, por órdenes de Minos, el rey de Creta, construyó un laberinto para encerrar al Minotauro. Pero después, para impedir que se conociera la salida del laberinto, dejó allí encerrados al constructor y a su hijo, Ícaro. El inventor creó entonces dos pares de alas para escapar de aquel cautiverio.

Dédalo recomendó a su vástago que tuviese cuidado al volar y que no se acercase mucho al Sol, ya que el calor derretiría la cera que unía las plumas de las alas. Pero elevarse en los aires causa fascinación e Ícaro no hizo caso del consejo de su padre, y terminó cayendo al mar, en el que murió.

Al igual que a Ícaro sus alas, el parapente brinda la oportunidad de vivir la experiencia de surcar los cielos pero sin el desenlace trágico del personaje mitológico. Y es posible practicarlo en la zona Sur de La Paz, aunque uno sea novato.

El parapente es una contracción de la frase “paracaídas de pendiente”. Surgió durante la segunda mitad del siglo XX con la modificación del diseño del paracaídas para desvincularlo de los aviones, desde los que hay que saltar para que este aparato funcione.

“Volar en un parapente es fascinante porque te llena de adrenalina y hasta llega a ser terapéutico para las personas que sufren de vértigo”, explica Miguel Alem (28), uno de los hermanos responsables de Andesxtremo, la empresa de deportes que organiza los vuelos en el cerro de la comunidad de Llakasa, en Huajchilla.

El lugar es el refugio de águilas, alcamaris y, más de una vez, se puede ver cómo los cóndores que moran en los alrededores extienden sus imponentes alas y se lanzan al vuelo. El sitio parece hecho para practicar parapentismo pues, además de ser nido de aves, es el escenario donde Andesxtremo lleva a los aventureros, principiantes en esta disciplina.

“La experiencia es maravillosa. Hay 600 metros de desnivel entre la salida y el aterrizaje y recorremos cuatro kilómetros. Volamos, en primera instancia, muy cerca de la montaña, con corrientes muy dinámicas que nos permiten elevarnos bastante alto, y salimos al valle que nos brinda las condiciones técnicas para bajar y aterrizar”, explica Miguel.

Es posible practicar este deporte de lunes a sábado. En el paquete (que cuesta Bs 390) están incluidos el transporte hasta Llakasa, el equipo (de origen europeo y brasileño) y el vuelo con un instructor.

Los participantes de la experiencia se congregan a las 07.30 en una casa en inmediaciones de la plaza España, en el barrio paceño de Sopocachi. Se siente mucho frío, pero el cielo despejado hace prever que hará un buen día.

La primera en llegar a la cita es Eva, de 23 años y de nacionalidad belga, estudiante de Laboratorio Clínico en su país. Decidió pasar sus vacaciones de fin de curso en Bolivia porque le dieron como referente el Salar de Uyuni, que ya visitó. Como aún le restaban días en el país, buscó una agencia de deportes extremos para poner el punto final al viaje y optó por probar el parapente por primera vez. “Me siento nerviosa, pero quiero volar en los cielos de La Paz”.

Hace diez años, un grupo de amigos que se dedicaba a las disciplinas deportivas de aventura en Cochabamba decidió crear Andesxtremo.“La idea es que brindemos la oportunidad de disfrutar de los deportes extremos de la manera más segura y responsable”, explica Miguel. Junto a él está Vicente Alem (29), su hermano mayor, quien añade que tienen una logística muy estricta para que los vuelos sean seguros y exitosos. “Nunca hemos tenido ni accidentes ni fallas técnicas”, asegura.

En 2007, Miguel decidió abrir una sucursal en otra ciudad y sus dos hermanos se sumaron al emprendimiento. “En La Paz nos acoplamos a la movida de deportes extremos y abrimos la empresa. Hicimos investigaciones porque son pasatiempos desconocidos y complicados para muchas personas”, señala Vicente.

“En 2007 empezamos con bungee o puenting, escalada en roca y montañismo. Hace cuatro años hicimos lo del parapente”, cuenta Diego Alem (23).

“Fue un boom en mi vida. Después de volar dejé varias cosas y decidí meterle tiempo completo a este deporte. Es bastante caro y hay que darle energía para sustentar el negocio”, señala Miguel.

Hacen falta varias condiciones del lugar para practicar el parapentismo: una montaña con vientos enfrentados, un aterrizaje amplio y condiciones de vientos constantes, características que se encuentran en Llakasa.

Llega la hora de lanzarse. Eva, la belga, junto a la fotógrafa de Escape, Wara Vargas, escuchan atentas las instrucciones de sus respectivos instructores, Miguel y Diego, y se preparan para correr. Hay que mover los pies lo más rápido posible para despegar, desprenderse del suelo y tomar altura. “Debes tener en cuenta que tú estás entre el precipicio y el instructor. Debes correr sin parar. La idea es relajarte y no ponerte nerviosa, guardar las manos cuando alcemos el vuelo y sentarte en los asientos del parapente cuando ya estemos en las alturas”, explican los monitores a cada una.

El viento está a favor y... ¡a volar, se ha dicho! En menos de un minuto han saltado al vacío y el viento mece los parapentes a más de 600 metros de altura, desafiando a la gravedad.

Mientras el vuelo se desarrolla, los paracaídas, allá en lo alto, parecen dibujos que rasgan el azul del cielo. Desde abajo, a través de un walkie-talkie, Vicente se comunica con sus hermanos para saber que todo va según lo previsto. Cuando finalmente tocan el suelo, él les está esperando con la camioneta.

“Desde el cielo todo tiene otra forma y es como estar en un avión, pero en realidad vas enganchada a un paracaídas que sostiene dos asientos. En uno vas tú y en el otro el instructor. Es sentirte como un ave”, cuenta Wara al llegar a tierra. “Volar es una aventura única”, explica Miguel. Y, para dar fuerza a sus palabras, rememora una de sus anécdotas en el aire, cuando una persona se desmayó en pleno vuelo. “Como tenemos toda la seguridad necesaria, yo controlé el planeo hasta que bajamos”.

“Volar no me da miedo, pero sí mucho respeto porque desde arriba me doy cuenta de que somos pequeños. Hay mucha confianza cuando vuelas con alguien más”, explica Diego, el más joven. “Es como tener alas por un momento y sentirte muy libre”, sentencia Eva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario