lunes, 9 de marzo de 2015

El Chapare y su riqueza

Todo comenzó con una visita, a principios de gestión, que realicé a mis hijas Belén y Nazareth en Cochabamba. Ahí se nos unió mi hijo Alan, Regina y Advy Félix, el retoño de ambos.
Después de una breve reunión familiar y luego de hacer un presupuesto, decidimos aventurarnos en las ricas tierras del Chapare. Así, aquel amanecer de enero, nuestro brioso surubí -popular minibús de ocho pasajeros- rasgaba la bruma a toda velocidad, según íbamos descendiendo y zigzagueando la cumbre de El Sillar, anterior al Chapare.
Al llegar a la planicie y sintiendo la tibieza del ambiente la niebla se absorbió y, en su clara pureza, el cielo dejó brillar al astro rey dándonos la bienvenida. Todo fue emoción en mis hijas. Las preguntas que formulamos al chofer y a quienes se cruzaban en nuestro camino fueron las típicas de los viajeros, ¿dónde podemos hospedarnos? o ¿qué lugares deberíamos conocer?
Decidimos quedarnos en Villa Tunari. Por suerte hallamos un hostal de película llamado Hostal Mirador. Era realmente económico, cómodo, con piscina, juegos de ping pong, mesas de billar y una vista maravillosa.
Fue como estar colgado del cielo y tocar con los pies el río. Nuestro anfitrión fue el señor Miguel, propietario de ese recinto. Parece que sembré un principio de buena amistad con él.
Nadie quería perder el tiempo. Con pantalones cortos, gorros y repelente por todo el cuerpo, fuimos en dirección al Parque Machía. Después de las recomendaciones de los guardabosques, ingresamos al refugio Inti Wara Yassi. Ver por primera vez en ese bosque a animales en su hábitat fue extraordinario. Acaricié a un mono araña y una mamá de esa especie, que tenía a su cría pegada a ella como a una apasanca, sumisa, se acercó para ser acariciada y mimada; simplemente les diré que fueron sensaciones inmortales por su profundidad.
Al ver los rostros de mis hijas, por estar cerca de numerosos animales mansos y cariñosos, como los loros, las ardillas y miles de aves, sentí con más fibra la creación de Dios en mi corazón. Por la tarde saboreamos ricos platos: unos trucha y otros surubí; yo pedí un sábalo. Todos fueron pescados y cocinados frente a nosotros. Puedo decir que fue una delicia. Luego fuimos a la sombra de un árbol de mango a saborear nuestro postre: una sandía apenas cosechada, harinosa y jugosa; también algunos aprovecharon el árbol de mango para comer de sus frutos.
Y ese atardecer, cuando el bosque exhalaba fragancias perfumadas y melodiosos susurros, bajo una lluvia tibia, dimos un paseo agradable por la plaza del pueblo. En la noche tuvimos una tertulia con don Miguel, saboreando un vino, mientras mis hijas, antes de dormir, se daban un chapuzón en la piscina.
Al día siguiente nos fuimos de pesca con Alan. Sólo tuvimos que descender algunos escalones del hostal para lanzar nuestros anzuelos a una poza donde una persona pescaba desde una balsa improvisada. Debo confesar que yo no tuve suerte, pero Alan, mi hijo, emocionado, pescó un bagre de más de un kilo.
Por la tarde, fuimos a bañarnos a un afluente del gran río Chapare. Aunque esta es una de las zonas más lluviosas, el arroyo, aquella tarde, se mantuvo cristalino, tibio, limpio y dulce. Claro está que me costó despegar a la familia de este pequeño paraíso en medio de la selva.
No sé dónde quedaron en mí los prejuicios y controversias sobre los cultivos de coca en el Chapare, ni el porqué, ni el para qué. Este servidor solo vio gente humilde y trabajadora que vivía de sus actividades cotidianas. Vi gente que se ganaba el pan de cada día como los choferes de mototaxis, que nos llevaron a conocer Sinahota, Ivirgarzama y Chimoré; y cómo la gente vivía de la pesca, de la hotelería, de la venta de pescados y de fruta.
Lo que queda en mí es haber cumplido un sueño más, al disfrutar de ese pedacito de cielo en el corazón de Bolivia, del Chapare, acompañado de los seres que más amo. Lo que guardaré aparte en mi corazón será el haber combinado la sensación del contacto de la naturaleza, junto a ellos.
Hay quienes declaman linduras sobre el amor a sí mismos y al mismo tiempo consumen tóxicos, hablan de amor por la vida mientras asesinan a un animal por diversión o para apostar, hablan de tener fe en Dios, de dar amor al prójimo y de dignificar su identidad cultural, y se jactan de haber conocido Europa sin ni siquiera haber conocido su país por completo.
Allá vi más turistas chilenos, argentinos, alemanes y egipcios que bolivianos. ¿Será que ya conocemos estos bellos lugares de nuestro país? En cuanto a mí, me falta mucho por conocer, pero retorné del Chapare con esa energía que da más valor al corazón, hace sentir el rostro más refrescado y el ánimo mucho más vigorizado frente a la rutina de la cotidianidad urbana.

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