domingo, 29 de marzo de 2015

La ruta turística Qhutaña atraviesa coloridas lagunas, restos de una exestuquera y la mina Milluni,

Al cruzar la senda bañada de piedra caliza y cuarzo aparece un panorama onírico, con una laguna esmeralda de tonos marrones en algunos sectores, en medio de paredes rojizas de donde allqamaris salen de sus nidos y vuelan por el cielo de azul intenso, con un nevado Huayna Potosí que parece ser el guía y vigilante de todo ese territorio.

El Alto suele ser conocido por el caos en sus calles y los elevados índices de violencia e inseguridad. Pareciera ser solo una urbe de cemento, luces y desorden. No obstante, también ofrece paisajes como pintados por el capricho de algún ente superior al que le gusta la intensidad y esa mezcla de colores.

Boliviana de Turismo (Boltur), la Unidad de Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de El Alto (GAMEA) y la Comisión Impulsora de Turismo Comunitario de Alto Milluni (CITCAM) organizaron una caminata por parajes variopintos en las comunidades Alto Milluni, Bajo Milluni e Ingenio, en el Distrito 13, donde la naturaleza se muestra en toda su magnificencia, a unos minutos de la plaza Ballivián.

Es jueves, así es que la feria 16 de Julio está en su apogeo, con puestos de venta, compradores y embotellamiento vehicular. Pero este panorama cambia al alejarse al norte del centro urbano, desde donde se aprecia el altiplano, aunque también se siente el frío de la época de lluvias.

Después de 40 minutos de recorrido en bus, con dirección al Valle de Zongo, los guías hacen la primera pausa en el desvío que lleva al nevado Chacaltaya, con el objetivo de pedir buena suerte para la travesía. Es por ello que el grupo de visitantes se detiene en la apacheta Jilarata, lugar sagrado andino que conecta el Akapacha (la tierra, el espacio vital de los humanos, plantas y animales) y el Manqhapacha (la tierra de adentro o de abajo).

Los guías señalan que en ese espacio había una roca con forma de llama a la que en varias ocasiones le cayeron rayos, por lo que la formación pétrea se deshizo. “Hay fuerzas positivas y la gente viene a hacer sus pedidos, como bienestar, salud y prosperidad. Estamos en los dominios de la Pachamama y los achachilas”, afirma José Luis Poma, presidente de CITCAM y uno de los guías de la ruta Qhutaña, quien comenta que por estos lares suelen caer rayos o generarse remolinos, “que es indicativo del lugar donde quedan las wak’as (piedras antropomorfas donde moran los dioses tutelares, según la creencia andina)”. Desde el Jilarata también se puede apreciar la magnificencia del altiplano, pues al norte se ve el nevado Huayna Potosí, al este el Chacaltaya y el Illimani, al oeste una parte del lago Titicaca y al sur el crecimiento de la urbe alteña.

A los 4.576 metros sobre el nivel del mar, las autoridades comunales de Alto Milluni ch’allan el cúmulo de piedras con forma de una llama en posición de descanso. Miriam Condori Cruz, jilaqata de Alto Milluni, echa un poco de alcohol alrededor de la wak’a en sentido contrario al reloj, con énfasis en los cuatro puntos cardinales. “Me han enseñado que la apacheta tiene una boca”, comenta Miriam, por lo que deja un puñado de coca en medio de las piedras, “con mucha fe, porque si no lo hacemos puede haber accidentes, se pueden morir nuestras llamas o puede caer una granizada”, advierte la jilaqata.

“Con el permiso del achachila Wayna Potosí”, expresa la mujer, quien además toma una botella de champán y la rompe en una de las piedras del Jilarata, para después gritar ¡Jallalla!, tras lo cual, los visitantes responden de la misma manera.

Este ritual es el comienzo de una caminata a través de 12 kilómetros durante aproximadamente seis horas, donde se aprecia la fauna y flora en medio de una altiplanicie que parece un cuadro surreal.

Después de cruzar un canal artificial y caminar la senda por unos minutos, la delegación se detiene para sentir la tranquilidad de la laguna Muruqu Quta (del aymara, que significa laguna redonda).

Esta laguna es como un oasis en Alto Milluni, porque su agua cristalina atrae a los animales de la región, como las wallatas (gansos silvestres), pariwanas (flamenco andino), allkamaris (ave de rapiña), leke lekes y patos silvestres, además de vizcachas, zorros y conejos andinos.

El agua parece un espejo natural desde donde se reflejan las lomas y la montaña Huayna Potosí que, como achachila protectora, parece vigilar todo su territorio.

En una de las orillas, restos de una vivienda de adobe recuerdan que en los años 50 hubo una sequía que generó una enfermedad extraña que mató a varias familias en la región. Los comunarios, al ignorar cuál era el mal que los afectaba, sepultaban los cadáveres infectados en sus propios hogares. “Por eso estas construcciones se encuentran así. Se dice que hay casas abandonadas donde están familias enteras enterradas”, afirma Poma, quien añade que estudiantes de Medicina exhumaron a los difuntos para sus estudios.

Durante la caminata por estos parajes, lo único que se escucha son los pasos sobre la paja brava, mientras el viento frío choca contra las mejillas. Es un tiempo que parece no tener tiempo, en el que fluyen los pensamientos y las reflexiones. Todo ello ocurre hasta que se escucha el sonido del riachuelo, en cuyos costados pastan libres decenas de camélidos.

En lo alto de una loma, unas estructuras dan la impresión de que se trata de chullpares construidos de adobe, piedra y ladrillos. Diego del Carpio, responsable de Promoción Turística del municipio alteño, aclara que son ruinas que sirvieron para almacenar estuco y cal que producía la fábrica Milluni, que funcionó desde los años 60 hasta mediados de los 80.

La producción de estuco cubría el mercado paceño de la construcción. Según José Luis, es por ello que las paredes antiguas en La Paz tienen un blanco rosáceo, debido a las características de la piedra caliza.

De la estuquera, que se cerró en 1984, ahora solo quedan restos de habitaciones de adobe y las chimeneas de hornos que calcinaban la materia prima. No obstante, es un buen lugar para sacarse fotos con el fondo del Huayna Potosí, que parece estar a unos metros de distancia.

Milluni multicolor

Al cruzar un sendero inundado de piedra caliza y cuarzo aparece un panorama de ensueño, con una laguna esmeralda con toques de marrón, en medio de paredes rojizas de donde allqamaris salen de sus nidos y vuelan por el cielo, mientras unos patos silvestres nadan tranquilos.

Diego recuerda que esta cavidad llena de agua, que parece sacada de una pintura surrealista, antes era un cerro de piedra caliza que explotó la empresa Milluni. Después del cierre de la compañía, este sitio se fue llenando del líquido que baja de los glaciares. De acuerdo con el guía del municipio, los colores de la laguna se deben al reflejo del cielo despejado y a los minerales que se encuentran en el fondo.

El distrito rural 13 es el más extenso de la urbe alteña, así es que hay mucho por conocer de la naturaleza altiplánica. La travesía continúa por un camino en medio de la pampa flanqueada por cerros áridos, hasta llegar a una laguna colorada.

Este cúmulo de agua se encuentra en una represa construida a inicios de los años 60, que contiene unos 10.000 metros cúbicos de líquido en 237 hectáreas de superficie. Su color peculiar se debe a que en el fondo hay minerales como hierro, manganeso y zinc, además de desechos provenientes de la antigua mina Milluni.

En medio de ello pareciera que el Huayna decide tomarse un descanso, ya que se cubre con nubes que hacen presagiar una lluvia. Si bien el agua tiene cierto grado de contaminación y en la represa hay lugares corroídos por los minerales, Del Carpio aclara que el caudal es sometido a un proceso de potabilización en la planta de Achachicala, que provee del líquido al oeste, norte y centro de la sede de gobierno.

Al continuar caminando por Milluni, otro cuadro surrealista aparece ante nuestro asombro: por un lado, una laguna azul con fuertes tonos grises ya que se ha nublado; al otro, el agua con tonalidad entre amarillenta y naranja oscuro, que al acercarse y con el cielo despejado llega a un rojo color sangre. Después de quedar maravillados por la obra de la naturaleza, la aventura de horas de caminata continúa con la visita a la mina Milluni, ubicada a 4.425 msnm y donde se explota principalmente estaño y zinc.

Atrás quedaron los años en que este centro minero estaba lleno de trabajadores, cuando era administrado por la inglesa Fabulosa Mines.

Muestra de ello es su ingreso, donde abundan restos de metales corroídos y muebles viejos botados en medio de un riachuelo.

Las infraestructuras están abandonadas, como el teatro Hernán Siles, donde antes se presentaban artistas, obras de teatro y películas. Ahora, en la sala principal, solo hay cajones con bolsas de mineral y restos de pintura en las paredes.

Al otro lado del colegio Rafael Pabón solo queda el nombre y sus tres pisos, así como la radio Huayna Potosí.

En medio aún se mantiene la iglesia de Milluni, donde está la Virgen de la Concepción (de unos 30 centímetros) y donde llegan devotos exmineros que viven en Ciudad Satélite y el Barrio Minero, con el fin de bailar en su honor el 8 de diciembre. Detrás de la imagen, una ñatita (calavera), que se puede llamar Jorge, Fernando o Juan, se encarga de cuidar el templo.

Si se visita la mina se debe entrar al socavón para ch’allar y dejar coca y cigarro al Tío Tata Curani y a la Awicha, representada por un mineral de buena ley. Hace frío y se siente la humedad dentro del yacimiento, pero los mineros cooperativistas continúan con su trabajo.

El lunes 24 de mayo de 1965, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño, un contingente militar apoyado por aviones de la Fuerza Aérea Boliviana (FAB) masacraron, en nombre de una nacionalización, a cientos de mineros de Milluni, quienes habían luchado con dinamita y bombas caseras. En el lugar donde murió la mayoría de los trabajadores de interior mina se construyó un cementerio, en el que hay nichos que parecen viviendas y que juntas dan la sensación de remitirnos a un pequeño pueblo. En un cerro, las sepulturas tienen su parte frontal con dirección al este, para recibir los rayos solares de verano; en el otro, las tumbas tienen una dirección hacia el oeste, para el sol de invierno, siguiendo las tradiciones andinas.

La jilaqata Miriam comenta que la comunidad, aunque se encuentra a menos de una hora del centro alteño, no cuenta con energía eléctrica, agua potable ni alcantarillado, por lo que se sienten abandonados por el municipio. Es por ello que mantienen la esperanza de fomentar la llegada de visitantes nacionales y extranjeros para ser tomados en cuenta como una ruta turística y volver a sus mejores días, como cuando la mina y la estuquera atraían a los comunarios y Milluni tenía un color muy diferente.




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