lunes, 19 de enero de 2015

Lago de riquezas: Historia, desarrollo y paisajes

El bus recorre un largo camino de tierra flanqueado por árboles. Detrás de éstos ya se nota el verdor de enero, como muestra de la época de cosecha. Al fondo, el azul violáceo del lago con un sol pleno, aunque en esta etapa del año no se sabe lo que a uno le espera...

Así comienza el viaje de un grupo de periodistas de Santa Cruz, Cochabamba y La Paz por el Titicaca, en una iniciativa del Viceministerio de Turismo para hacer conocer espacios arqueológicos, apreciar el paisaje lacustre y presentar alternativas para la estadía de los visitantes.

El vehículo se detiene en las afueras de una casa amarilla de inicios del siglo pasado, rodeada también por árboles, en el municipio de Taraco, a 88 kilómetros de La Paz. Se trata de la exhacienda de la familia de Abel Iturralde, abogado y político que cumplió un papel importante en el servicio de relaciones exteriores de Bolivia, desde inicios de 1920 hasta finales de 1930.

Dentro de la infraestructura se mantienen los ventanales y pisos de madera y la chimenea, cuyos ambientes servirán como refugio para los turistas.

“Estamos haciendo la refacción, se hizo la fachada y ahora, con el apoyo del Viceministro de Turismo, se está poniendo un techo nuevo”, resalta Rubén Tarqui, encargado del área de producción de Taraco, quien añade que se tiene previsto inaugurar esta obra a finales de febrero.

La delegación de medios de comunicación es recibida por la alcaldesa de Taraco, Virginia Lecoña, quien dirige el recorrido por este complejo turístico de la cultura chiripa, una de las más antiguas de la región andina, anterior a la de Tiwanaku, que se desarrolló entre 1.500 a. C y 100 a. C.

El museo cuenta con un solo ambiente, donde se exponen piezas líticas, vasijas de barro y cráneos. “Queremos apoyar el turismo, mejorar las potencialidades de Taraco; hemos hecho un diagnóstico y encontramos ruinas de la cultura chiripa”, indica Lecoña.

Al salir del pequeño museo uno se encuentra con una malla perimetral, que protege un templete semisubterráneo.

El antropólogo y documentalista Michael Maldonado explica que estos restos arqueológicos tuvieron una vocación ritual ligada a los seres del Manqhapacha (submundo o profundidades de la tierra).

Alrededor del templete, que tiene una dimensión de 23 metros de norte a sur y 21 metros de este a oeste; se encontraron habitaciones de doble muro con nichos que servían para guardar alimentos. Tarqui menciona que aproximadamente ocho hectáreas contienen vestigios de los chiripa. “Ahora falta el financiamiento, porque cada centímetro tiene su costo”.

Un escape al lago

Después de conocer los vestigios de una de las civilizaciones más antiguas del continente americano, el bus recorre el camino hacia Guaqui, el primer puerto internacional de Bolivia, que reúne en un complejo la historia de los pueblos lacustres, sus tradiciones, máscaras y trajes antiguos de morenada, diablada, kullawada y otras danzas; santos y vírgenes en retablos pequeños, además de locomotoras que muestran la etapa de gloria de este municipio de la provincia Ingavi.

En el puerto, donde el Buque Multipropósito espera la llegada de turistas, también aguarda un aliscafo (embarcación a motor provista de patines y alas que se desliza sobrevolando el agua) para transportar a la delegación.

Después de más de una hora de recorrido, la embarcación arriba a la Isla de la Luna, un lugar donde se respira aire puro y tranquilidad. En la orilla, un grupo de niños juega en torno a una pequeña fogata, que da la sensación de que la maldad nunca llegó a esta región del lago.

Una de las ventajas de la visita a este lugar es que los turistas duermen en viviendas de las familias que habitan la isla, aunque se carece de agua potable, baños privados y energía eléctrica constante. “Estamos comenzando a hacer refugios con baños privados. En la isla no tenemos vertientes, solamente una bomba de agua, y sacamos el líquido del lago, con esa agua estamos preparando la comida, aunque siempre hacemos hervir”, explica Porfirio Mamani, coordinador de turismo comunitario de la asociación Warmitaki, que reúne a los comunarios para coordinar el recibimiento y alojamiento de turistas.

Las 50 familias de la Isla de la Luna emplean energía solar o baterías para la iluminación de sus viviendas y para hacer funcionar sus televisores o radios.

“Hemos solicitado la provisión de energía eléctrica, pero la distancia no nos favorece, por ello nos dieron paneles solares, pero nosotros seguimos pensando en tener electricidad”, asevera Mamani.

El amanecer, rodeados por el azul del lago, es inigualable, es como ser testigos de la creación de un mundo de tranquilidad, con las nubes que parecen haber dado un descanso, luego de haber descargado su furia durante toda la noche. Después de un delicioso café caliente con pan y mantequilla, la comitiva se dirige al otro lado de la isla, donde moraron las vírgenes incaicas y los presos políticos.

La serpiente sin cabeza

Según las leyendas, en una de las luchas constantes entre las montañas, el Sajama y el Huayna Potosí se declararon la guerra. El Sajama sacó a todos los animales de la selva, incluida una serpiente (la Isla de la Luna). Para atacar a las huestes del Huayna, la serpiente abrió un estrecho en Tiquina y estaba a punto de atacar a la Isla del Sol. Cuando la descubrieron, le bajaron la cabeza con una honda. Por eso, la Isla de la Luna tiene forma de una serpiente con la testa cortada.

El aliscafo recorre unos cuantos minutos los márgenes de la serpiente sin cabeza para llegar al otro lado de la Isla de la Luna o Coati, que hasta la década de los 70 sirvió de cárcel para prisioneros políticos.

De aquella prisión ya no quedan restos, sino que se aprecia el Templo de las Vírgenes o Iñak Uyu, una construcción que mantiene el patio central con paredes de piedra, muros con puertas trapezoidales y accesos con forma de cruces andinas.

Los incas, después de conquistar a los tiwanakotas, utilizaron este palacio para el descanso y aprendizaje de las vírgenes, quienes estaban divididas en tres grupos: las wayrurus, las más bellas, quienes debían permanecer vírgenes y prepararse para ser maestras; las paco aqllas, quienes se preparaban para ser esposas de los incas más sobresalientes, y las yura aqllas, que se encargaban de la limpieza de los dormitorios y el campo y debían ser parejas de los incas secundarios. Adentro también se encontraba Mama Coya, o mujer de oro, quien era una especie de reina. “Era una especie de centro de educación para mujeres, donde aprendían a preparar alimentos, vestimenta, normas de comportamiento y aseo”, dice Mamani.

Las rutas del desarrollo

Al cruzar otra vez el lago, el grupo se dirige a Santiago de Huata, donde está el antiguo puerto de Pucuro Grande y la iglesia Virgen de la Natividad, una de las más antiguas de la Colonia, como principales atractivos.

Después de unos cuantos minutos de recorrido en el autobús se vislumbran las primeras casas de Achacachi, una de las que presenta mayor desarrollo en la región lacustre. No por nada, la delegación es recibida por decenas de toritos, mototaxis fabricados en India que fueron habilitados para el transporte de pasajeros y que recorren toda la urbe.

Los edificios neoandinos o cholets, viviendas diseñadas por Freddy Mamani, también forman parte del panorama del centro achacacheño, donde el movimiento de gente es casi ininterrumpido en esta ciudad intermedia.

La concejal Sofía Silvestre informa que los principales atractivos de Achacachi son el Illampu, la fabricación de instrumentos de viento en Walata, además de ser la cuna de los Ponchos Rojos, “la vanguardia del Gobierno, porque aquí ha nacido el proceso de cambio”.

A través del verdor de las plantaciones que contrastan con el lago Titicaca hay sitios que esperan ser descubiertos, investigados y visitados por la cada vez mayor cantidad de turistas nacionales y extranjeros, en un escape por el Titicaca.


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