viernes, 29 de abril de 2011

Villazon Un pueblo de leyendas inolvidables

Villazón, hermosa población fronteriza es la puerta de la patria con la república argentina, en cuyo seno se asentaron hombres y mujeres de distintas procedencias y nacionalidades, pueblo pujante y trabajador, se considera un solar cosmopolita que da la bienvenida a todo visitante, muchos de los cuales se quedan en su suelo a contribuir con su desarrollo. En el transcurso de su vida cotidiana, se desarrollan historias, cuentos y leyendas, de las que extraemos algunas que merecen ser recordadas.

La cholita condenada
La fronteriza población de Villazón, rica en cuentos y tradiciones; tiene entre sus añejos relatos, la versión que cuenta lo sucedido a una bella cholita, llamada María, sus padres la habían dejado como sirvienta de un matrimonio de extranjeros asentados en la zona, la joven era hacendosa e introvertida, hablaba poco, impactaban a primera vista sus largas trenzas y sus grandes ojos, orlados de negras pestañas que la hacían más tímida cuando conjugaban con sus labios carnosos y morenos, la nariz guardaba relación con su rostro redondo que brotaba de un fino cuello.
Era María de regular estatura, su espigado cuerpo era disimulado por las amplias polleras que vestía, las que conjugaba con su manta floreada, por encima de sus ojotas se anunciaban unas esbeltas piernas, propias de quien camina demasiado. María desempeñaba con diligencia sus labores de casa, se cuenta que el matrimonio al que servía era considerado “extraño”, debido a que escasamente se habían relacionado con sus vecinos, eran huraños, de mal carácter y hasta malos en el trato.
En cierta ocasión, aprovechando la ausencia de su esposa, el patrón abusó de la bella indígena, amenazada para que no avise a nadie, el hecho se repitió varias veces. El tiempo pasó, lastimosamente, María quedó embarazada, inocente, ingenua y temerosa, no dijo nada a nadie, pero llegó el momento en que la gestación se hizo evidente, en tales condiciones, la patrona le increpó y luego la intimidó con azotarla si no delataba al padre de la criatura que llevaba en su vientre, ante la presión, la cholita confesó la verdad. Enfurecida de celos y rabia la patrona optó por asesinar a la empleada y, lo peor de todo, en complicidad con su marido, consumado el crimen, entre ambos, enterraron el cadáver de María en el fondo de la casa. Se cuenta que a los pocos días de ocurrido el hecho, el alma de la cholita comenzó a deambular por la casa, la cholita se había condenado, estaba purgando un pecado que no cometió, volvía para castigar a sus asesinos. Unas veces se le aparecía a la señora, otras al esposo; les hablaba, les mostraba su vientre, finalmente, se dice que enseñaba a su niño en brazos. Tal fue el impacto recibido, que el esposo falleció de un ataque al corazón, mientras que ella enloqueció, en sus desvaríos, contaba como sucedió la muerte de la cholita. El desorden mental la acosó, hasta que finalmente debió ser internada en el manicomio de Sucre.
En tales circunstancias, los vecinos se percataron de la desaparición de la cholita, la buscaron y, según la propia demente, pudieron encontrar el lugar donde fue sepultada, la sacaron y la llevaron al cementerio, pero su alma se quedó rondando por el barrio.
Desde entonces, en horas de la noche, la cholita súbitamente aparece a los transeúntes nocturnos en las cercanías de la Piedra Blanca, se cuenta que al dar la mano, deja huesitos de niños en las manos de sus víctimas.

La piedra de Villazón
Era una mañana de verano, el frío se dejaba sentir en Villazón. La gente agolpada, formaba un círculo, los de atrás estiraban el cuello para asegurarse de lo que se hablaba, estaban a orillas de la línea férrea, allí, en el mismo lugar donde se encuentra la legendaria piedra blanca.
El día anterior, por disposición municipal, se había optado por retirar la enorme roca del lugar y trasladarla hasta la comunidad de Matancillas. Debido a su tamaño y peso, se había utilizado un tractor para tal fin. Pero ahora, la piedra estaba nuevamente en su sitio. Esta enorme roca, desde hacía bastante tiempo era motivo de preocupación de los vecinos del lugar y transeúntes nocturnos; se decía que en horas de la noche la piedra se convertía en una cholita, es decir, en una condenada. A partir de cierta hora de la noche se levantaba y hacía un recorrido por el sector. Según el relato, fueron numerosos los varones noctámbulos que desaparecieron sin dejar rastros y, aquellos que lograron zafarse del poder hipnótico de la cholita, jamás intentaron volver a salir de sus casas en horas de la noche.
Durante el día, los curiosos y más sagaces, dicen que colocando el oído en la superficie de la piedra, se puede escuchar el rumor del mar; aseguran que esta roca más bien seria la tapa del mundo; otros van más allá, dicen que se trataría de los latidos del corazón de la cholita Graciela. Lo cierto es que en varias ocasiones se trató de fragmentar la enorme roca en pequeños trozos, se utilizó barrenos, en el intento, estos barrenos se destrozaron y las cargas de dinamita nunca explotaron o si lo hicieron no afectó su volumen. En la actualidad, puede verse los hoyuelos que dejaron los taladros al tratar de perforarla. La roca se encuentra inmutable en su sitio.
Todo comenzó en aquel lugar, la puna abrió toda su vastedad y el horizonte mostró su hermoso resplandor a los recién llegados, el frío era parte de la naturaleza altiplánica, en cuya conjugación, la tola y la yareta se inclinaba para indicar el rumbo de los gélidos vientos.
En esta época se tendía los primeros rieles del ferrocarril que cruzaba la frontera argentina hacia la ciudad de La Paz. El obrero Agustín Mamani Condori, oriundo de Villazón se había integrado al contingente de trabajadores de Punta de Rieles, los trabajos habían pasado la población de Tupiza, pero en cuanto le era posible, Agustín volvía al pueblo en busca de su amada. Era una relación de mutua correspondencia, contaban con la bendición de los padres de ambos; por acuerdo de las partes, habían decidido contraer nupcias en los próximos dos meses.
Agustín Mamani, joven apuesto, de regular estatura, fornido, cuerpo modelado en la fragua del trabajo prematuro, rostro tallado en fino metal, simbolizaba al indígena Chicheño, era sencillo y guardaba delicados tratos, modales que le granjearon el cariño de los padres de su amada Graciela Tintaya, joven, menuda en contextura, bronceada por el sol de la puna y signada por la sangre quechua, su andar ágil la hacía más dinámica de lo que ya era de por sí misma. Su virtud eran los quehaceres de casa y del campo, ojos vivaces y labios menudos, orlados de blancos dientecillos que al reír irradiaban luz y juventud, su amplia cabellera negra le daba el marco de suprema belleza. Su voz era más recia cuando se la escuchaba cantar en la pampa.
El amor que se profesaban, había logrado enlazar sus nombres en la estela del firmamento altiplánico; los padres de ambos apoyaron esta relación. Desde niños habían andado juntos pastando ovejas, se acompañaron en la adolescencia, en sus miradas dulces e inocentes supieron cultivar el verdadero amor, por ello, en la plenitud de la juventud, ese amor era un volcán de pasiones, intenso, que ellos bien supieron controlar.
Un día aciago, “la zorra”, vehículo ferroviario pequeño, llegó ululando su sirena en señal de que algo malo había ocurrido; la gente se agolpó de inmediato en el lugar, los obreros bajaron de “la zorra” un cuerpo sin vida. El capataz se encargó de anunciar que se trataba del trabajador Agustín Mamani, contó que había perecido en un accidente mientras descargaba durmientes, infortunadamente, uno de los cables de acero se rompió y un haz de madera le cayó sobre el cuerpo. Dijo que sus últimas palabras fueron: Graciela... Graciela...
Relato con el que finalizó el representante de la empresa ferroviaria.
Fue necesario que se abriera aquella inmensa pampa para contener tanto dolor; Graciela al escuchar la noticia, no alcanzó a balbucear palabra alguna, cayó desvanecida sobre el eje de su cuerpo. Luego de las exequias fúnebres, Graciela se encerró por varios días en su habitación, todo intento por persuadirla para que salga o para que se sirva sus alimentos fue vano, a través de la puerta le pedían que se recupere de aquel dolor, pero todo intento era inútil.
Un día, repentinamente salió de su refugio y se encaminó hacia las rieles, llegó hasta aquel lugar donde tantas veces había esperado y recibido a su amado. Allí se mantuvo aquel día, luego le siguieron otros y otros días; fue una manera de expresar su existencia, allí se quedaba durante las noches en vigilia esperando el retorno de su otra parte.
Una mañana, fue encontrada muerta, al dormirse fue arrollada por el tren ferroviario. Su deceso fue un golpe para sus padres y vecinos, la población también se sintió conmovida por aquel terrible suceso. Según la costumbre, el cuerpo fue enterrado en el mismo lugar del accidente y, además por tradición, para dar satisfacción al último deseo de la víctima.
Al día siguiente, la fronteriza población de Villazón, atónita contemplaba la aparición de tan extraña roca, era una inmensa piedra blanca, distinta a todas las habidas en el lugar. Desde entonces, se dice que aparece y se puede ver en horas de la noche a la Cholita Graciela, rondar por aquellos parajes de la población. Hay quienes aseguran que se trata de una Condenada. La enorme roca se encuentra inmutable en su lugar, se encuentra entre la terminal de ómnibus y la Estación ferroviaria. El tiempo dirá si corresponde proteger la piedra, como si se tratara de un patrimonio regional o más por el contrario, se la vuelve a retirar. Mientras tanto; la Cholita Graciela seguirá penando por aquel lugar, según cuentan los pobladores.

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