lunes, 13 de abril de 2015

Un tarijeño y su isla de la fantasía amazónica



En Chuchini es posible hallar desde lo que fue un mamut hasta osos hormigueros pigmeos. Es una isla colmada de sorpresas extremas de la naturaleza, una enciclopedia abierta para más de una clase de expertos. Ningún visitante pasa indiferente, por ejemplo, al ser recibido, junto con los anifitriones, por unos curiosos marimonos.

Menos aún cuando a unas decenas de pasos más adelante aparecen tres adolescentes trasladando una mansa anaconda de cuatro metros de largo. Eso solo para empezar, como una invitación a imaginar lo que habrá en el tupido bosque donde se internan diversos senderos.
Algunas de las sorpresas tienen cronometrada su hora exacta. El cielo de Chuchini, cada vez que el reloj marca las 05.30, muestra un festival acrobático aéreo acompañado por un coro polifónico. Literalmente miles de aves salen o vuelven a sus nidos, según sea tarde o mañana, haciendo piruetas o cruzando el horizonte a velocidades vertiginosas. Luego, tras una media hora intensa de concierto y aleteo, llega la calma, y durante el día varias de ellas hacen sus particulares apariciones: un Martín pescador se lanza a la laguna, un pájaro carpintero trabaja su árbol, algunas cotorras intercambian algo así como chismes. Tojos imitadores, ruiseñores, golondrinas e incontables aves silvestres dicen, a su manera, “presente”.
En algunas de las lagunas que rodean esta isla artificial construida hace alrededor de 5 mil años reinan discretamente diversas clases de caimanes. Y ciertos confines, mucho más discretos, son surcados por delfines rosados. En decenas de orillas es frecuente observar colonias de tortugas y garzas solitarias.
Las sorpresas también se han hallado en el subsuelo. En tres bien definidos estratos se descubrieron inicialmente restos de una civilización perdida en el tiempo que construyó esta loma y otras similares. Y en ciertos sectores se encontró huesos petrificados de prehistóricos mamuts. Así, restos óseos, esculturas trabajadas con símbolos de la fertilidad, y algunos animales disecados son parte de las 1.500 piezas del museo de Chuchini.
En suma, Chuchini, que en mojeño significa “madriguera del tigre”, constituye una exclusiva y privilegiada enciclopedia de biodiversidad, de arqueología y paleontología. Ocupa, en conjunto con otras lomas, cerca de 600 hectáreas. Se halla a 15 kilómetros al noroeste de la ciudad de Trinidad y a tres de la célebre loma Suárez. En temporada seca, mayo a septiembre, es posible llegar por carretera, aunque en los últimos años, lluvias extremas anularon durante varias semanas esa posibilidad. Como sea, una buena parte de los visitantes prefiere llegar navegando calmadamente el Ibare, el Mamoré y otros ríos amazónicos menores.
La estadía en la isla también trae singulares sorpresas. Desde hace dos décadas funcionan confortables cabañas que permiten un adecuado descanso a las múltiples actividades que académicos y turistas realizan. Algo que probablemente nadie deja de celebrar es el menú de Chuchini porque es posible elegir “en vivo”, una selección insuperablemente fresca. Se puede pedir peces de sus lagunas, frutos de sus diversos árboles, huevos y carnes de su granja y verduras de su huerta.
Así, a lo largo de estos años cientos de visitantes, generalmente extranjeros, recuperaron energías tras retornar de la espesura boscosa, de los serpenteantes arroyos o de las playas. De a uno o por decenas han llegado a Chuchini entomólogos, ornitólogos, expertos en culturas precolombinas, ejecutivos, empresarios de turismo y hasta místicos esotéricos. El libro de visitas guarda los testimonios de visitantes de los cinco continentes. Y, probablemente, en el momento de festejar alguna de las exóticas comidas, fue cuando la mayoría conoció al propietario del islote: el tarijeño Efrém Hinojosa Hieber.
Nacido en Villa Montes, Hinojosa recuerda cómo el destino lo llevó a Chuchini hace ya 43 años. “Trabajaba como contratista para obras de construcción en la primera pista del aeropuerto de Trinidad con la empresa Bartos – rememora -. El campamento se hallaba en la loma Suárez y vinieron grandes inundaciones. Entonces alguien nos avisó que había una loma cercana a la que las aguas nunca podían vencer y vinimos a buscar al dueño de Chuchini”.
Hinojosa relata que el campamento se instaló con la idea de alquilar entre tres y seis meses la loma. Pero el campesino propietario no cesaba en su intento de venderla al villamontino ante una crónica falta de interesados y acuciantes necesidades. “En los siguientes meses vimos cómo paulatinamente las personas, aprovechando la senda recién construida, hacían excursiones a la laguna. Luego se acercaban al campamento y preguntaban si no podíamos venderles algún refrigerio”. La familia Hinojosa comenzó a prepararles una nutritiva respuesta.
Con el tiempo empezaron a llegar turistas que además de comida pedían albergue y la fama del lugar empezó a crecer más fuera que dentro de Bolivia. Para entonces don Efrém ya había comprado los islotes. Junto a su esposa, Rosario Garnica, y sus siete hijos construyeron palmo a palmo lo que hoy constituye un complejo ecológico, turístico y arqueológico.
Comparten su día a día a veces con mariposas color azul eléctrico, con parabas azules, incluso con lejanos bramidos de jaguares. Se encuentran cara a cara, durante contados segundos, con agilísimos monos que juegan entre las lianas de árboles elevados o ven el planeo de grandes aves rapaces. Cuidan sin descanso de esta isla amazónica donde la realidad, con cada sorpresa natural, desafía a la fantasía.

Riqueza en el cielo, el agua y dentro la tierra

Refugio de animales
En Chuchini se albergan animales silvestres que luego son reinsertados a la naturaleza. Se ha cuidado de jaguares, anacondas, pumas, monos y otras especies recuperadas de la ciudad, incluso del viejo zoológico trinitario, sin recibir ningún apoyo estatal. En la zona está prohibida estrictamente la caza.

Civilización milenaria
Se estima que hace cinco milenios habitó una civilización con altos conocimientos de hidráulica que construyó las lomas que, como Chuchini, resisten feroces inundaciones. En “La madriguera del tigre” se construyó el primer museo arqueológico del Beni. Según los investigadores William Denevan y A. Velarde, es una de las 20.000 lomas artificiales que existen en el misterioso imperio del Dorado o Paitití, hoy conocido como departamento del Beni.

Fama internacional
La isla del villamontino Hinojosa ha merecido la atención de empresarios de la talla de Damian Barceló, propietario de la célebre cadena hotelera internacional SolMeliá. Ha sido objeto de diversos reportajes de medios argentinos, japoneses y estadounidenses. Resoluciones de diversos gobiernos y parlamentarios bolivianos han destacado la importancia de “La madriguera del tigre”.

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