El horizonte parece extenderse más allá de los límites del lago, incluso después de las islas y del confín del cielo. El aire es puro y el lugar sereno, allí se respira paz y esperanza. La percepción es similar en cualquiera de los miradores de este itinerario promocionado como parte del fortalecimiento del turismo comunitario en el departamento de La Paz.
El Ministerio de Culturas, a través del Viceministerio de Turismo y el Programa Nacional de Turismo Comunitario, presentó el circuito turístico Wiñay Marka como alternativa para articular ciudades y comunidades en torno a la magnificencia del lago Titicaca y sus atractivos.
La estatua del Mariscal Andrés de Santa Cruz se yergue en el ingreso al pueblo de Huarina. Foto: Pedro Laguna
El inicio de este recorrido es el teleférico. Inaugurada a inicios del mes pasado, la Línea Azul se ha convertido en la principal atracción para quienes se transportan en las cabinas aéreas. Dicen que los mejores cuadros se muestran en los días de la Feria de la 16 de Julio, aunque cualquier momento es oportuno, incluso con mal tiempo. En esta ocasión, la neblina a subsumido a El Alto, pero deja traspasar los rayos del sol, lo que genera un panorama onírico.
Siguiendo la ruta y a pesar del camino escabroso, debido a la construcción de la doble vía hacia Copacabana, es difícil no dejar de disfrutar de las vistas del altiplano, hasta arribar a la comunidad Chirapaca (municipio de Batallas), el primer mirador del circuito. El principal atractivo de la tierra del águila negra (de ch’iyara paka, de donde proviene el nombre de la comunidad) es un muro de 200 metros de largo que tiene pinturas rupestres. Llamas, caballos, gente bailando y una iglesia colonial son algunas figuras que se observan al caminar por este terreno, aunque también llama la atención el poco cuidado que ha habido hasta el momento y los grafitis hechos por estudiantes que desconocen el valor de estas obras artísticas históricas.
Una visitante sostiene una rana gigante (Telmatobius Culeus) en la comunidad Corihuaya. Foto: Pedro Laguna
El primer mirador está en la punta de la única loma del pueblo, desde donde se pueden ver los nevados de la cordillera, que se asemejan a vigilantes del altiplano que miran a lo lejos, protegidos por las nubes blancas de la época de lluvias.
Ruth Suxo, jefa de Desarrollo de Turismo Comunitario del Viceministerio de Turismo, explica que esta propuesta es una alternativa para articular municipios que se beneficiaron con infraestructura, para lo cual el Gobierno invirtió aproximadamente 7 millones de bolivianos. La siguiente parada es Huarina, considerada la tierra del Mariscal Andrés de Santa Cruz, porque ahí nació su madre y mentora, Juana Basilia Calahumana. La raigambre del expresidente en este municipio se refleja en el monumento que da la bienvenida a los forasteros y lugareños, donde se encuentra un centro de información turística que muestra cuadros del vencedor de Zepita y videos de las danzas de la región. Para ese momento, las aguas del lago sagrado ya acompañan el viaje, con un azul intenso y paisajes infinitos.
Vistazo desde una cabina de la Línea Azul del teleférico, en El Alto. Foto: Pedro Laguna
“Aquí nació la civilización andina, se aprendió a domesticar la papa y los tubérculos”, afirma el vicepresidente Álvaro García con respecto a la zona lacustre, durante la inauguración del restaurante-mirador de la comunidad de Silaya (en San Pablo de Tiquina), que ofrece al turista una vista inigualable del Titicaca, además de un restaurante al aire libre, desde donde el horizonte parece no tener límites, pasando incluso los límites del cielo, en una alternativa para quienes no quieran cruzar el Estrecho de Tiquina.
La leyenda indica que Apu Qullana Awki creó el universo durante varios siglos, luego de lo cual se fue a descansar a las montañas más altas del altiplano, en Wiñay Marka (Ciudad Eterna), no sin antes dejar un mandamiento para la gente: no subir a su morada. Pero instados por el ser maléfico Awqa, los pobladores escalaron el macizo con la esperanza de convertirse en seres superiores. Apu, para castigar la desobediencia, mandó que pumas devorasen a los rebeldes. Al observar la carnicería, el padre Sol lloró 40 días y sus noches, por lo que sus lágrimas formaron una laguna inmensa que ahogó a todos los pumas. Los sobrevivientes comentaron que se trataba de qaqa titinakawa (pumas grises), que derivó en el actual nombre del lago. Sabedores de esta historia, el paso de San Pablo a San Pedro de Tiquina se hace místico, con el espectáculo de la naturaleza. “En años pasados había ranas por cantidades en las orillas, pero ahora no se ven”, dice Félix Ramos, de la comunidad Corihuaya, donde se han propuesto repoblar la rana gigante (telmatobius culeus), un anfibio que corre peligro de extinción. Este proyecto pretende mostrar las características del anfibio y concienciar de su importancia en el ecosistema lacustre, para que las veamos no solo en fotos, sino que las podamos tocar y apreciar su fragilidad dentro de la naturaleza. A esa hora, el sol empieza a acercarse al límite del lago y el cielo, pero hay tiempo suficiente para llegar al Mirador de Mama Ocllo, un restaurante y refugio para visitantes a este lugar lacustre, donde una estatua morena y vestida con los colores de la wiphala parece velar, encima del cerro, todo el Lago Menor o Wiñay Marka, como parte de un recorrido de esperanza para el turismo comunitario.
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