domingo, 10 de julio de 2011

¿Machu Picchu tiene dueños?

Hace ya cien años (24 de julio de 1911) que el explorador estadounidense Hiram Bingham catapultó a la fama la ciudadela inca de Machu Picchu, pero a esta maravilla del mundo todavía le queda una cuestión pendiente por resolver: determinar su dueño.

Dos familias de la sureña ciudad del Cuzco, región en la que se ubica el santuario inca, están inmersas desde hace varios años en una rocambolesca disputa judicial contra el Estado peruano para dirimir la situación legal del santuario y del terreno sobre el que se asienta.

Los clanes de los Zavaleta y Abrill dicen poseer documentos que los acreditan como los propietarios legítimos de Machu Picchu y que contradicen la postura del Estado peruano, quien se atribuye la titularidad del complejo amparándose en la ley vigente.

Roxana Abrill y José Zavaleta contaron que nada les hacía presagiar a sus ancestros, un político de la época y un importante agricultor cuzqueño, que un acuerdo privado derivaría en un "gran problema legal" casi interminable y con "poca" o "nula" voluntad política para resolverse.

Fue en 1944 cuando sus ascendientes se repartieron el complejo arqueológico, pese a existir una ley que hacía propietario al Estado peruano de los restos arqueológicos. En manos de uno quedaron las ruinas, y en manos del otro el terreno.

La transferencia logró, sorprendentemente, el beneplácito de un notario y el documento oficial es ahora la mejor baza de defensa de las familias y el mayor quebradero de cabeza del Estado peruano.

La inconcreción sobre la titularidad del terreno y de las ruinas lleva décadas perjudicando a las familias y, por ejemplo, los Zavaleta, agricultores a pequeña escala, tienen prohibido hacer circular maquinaria agrícola por el terreno por tratarse de área natural protegida.

"Somos propietarios sin parecerlo", lamenta José, portavoz de sus siete hermanos herederos, algunos ya fallecidos.

Los dos clanes acudieron por separado entre 2000 y 2006 a los juzgados para presentar sus respectivas denuncias contra el Estado peruano y exigir así una expropiación en condiciones.

Tampoco faltó la exigencia de una jugosa indemnización de cien millones de dólares en el caso de los Abrill.

Las nuevas generaciones quieren zanjar, en palabras de los Zavaleta, la "barbaridad" legal que el Estado nunca tuvo la voluntad de solucionar y que se ha traducido en un lío difícil de comprender.

Dicen además que, de ganar el juicio, se reconocería la ayuda prestada por sus antecesores a todos los arqueólogos que un día se asomaron por Machu Picchu en busca del tesoro cultural inca.

Las familias son conscientes de que los casos se han politizado y cuentan que ni reuniones con instituciones públicas ni cartas a los presidentes peruanos han logrado por ahora zanjar sus demandas.

Sus reclamos son vistos por algunos vecinos como una "locura", la de retar al todopoderoso Estado, y también como un acto avaricioso que persigue beneficios económicos.

De momento, esta "orfandad" le está costando caro al complejo arquitectónico, que forma parte de un área natural protegida: sufre desamparo y desprotección.

Zavaleta alerta de que la ciudadela inca se ve amenazada por comunidades fuera del control estatal, que invaden el área natural y hasta la incendian.

Para Abrill la cuestión está clara: "el Estado no le da la importancia necesaria al saneamiento físico legal de este bien cultural", Patrimonio de la Humanidad desde 1983.

Las familias recuerdan que otros países ya han resuelto casos idénticos al suyo. "En México, -con las ruinas de Chíchen Itzá- había este tipo de problema, y el Estado finalmente ha reconocido las propiedades de algunas comunidades y ha saneado el tema", explica José Zavaleta.

Esta joya cultural peruana celebra el centenario de su "descubrimiento" con la única certeza de haber pertenecido a la vasta estirpe inca, pero con la duda de si son todos los peruanos o tan sólo unos privilegiados los dueños de la obra.

La belleza del entorno

Andes peruanos, mediodía del 24 de julio de 1911. Tres hombres escalan con pies y manos una ladera despeñada y abrupta. A sus pies, el río Urubamba sigue como cualquier otro día su curso apresurado hacia el Amazonas. El corazón de uno de los expedicionarios, Hiram Bingham, de 35 años, profesor de historia latinoamericana en la Universidad Yale, late a velocidad de vértigo.

Sus ojos escudriñan árboles, piedras y matorrales tratando de localizar el objetivo de su dificultoso ascenso, mientras avanza inquieto y sudoroso por la senda mínima abierta por su guía, un campesino indio establecido al otro lado del río que dice conocer la existencia de las ruinas. “A la sombra del pico Machu Picchu”, le ha asegurado una y otra vez. Cuando, después de algún descanso y mucho agotamiento, llegan al lugar, Bingham contempla boquiabierto el paraje que se abre ante él. De la densa maraña de maleza asoma un laberinto de bancales y muros, una ciudad fantasma que lleva cerca de 400 años oculta al mundo exterior. “Aquello me dejó sin aliento […] –escribiría después–. Era como un sueño inverosímil”. “Los incas eran amantes de los bellos paisajes. Muchas de las ruinas de sus edificios más importantes se localizan en lo más alto de montes, crestas y lomas desde donde se divisan panoramas de especial belleza”.

La riqueza de Machu Picchu



En 1913 la revista National Geographic dedicó toda una edición al descubrimiento de Machu Picchu, así, el mundo entero pudo saber de la existencia de la ciudadela inca.

Las siguientes expediciones de científicos hallaron miles de cerámicas, muestra de las expresiones del arte inca, así como, brazaletes, orejeras, prendedores decorados y aretes de bronce y plata, además de cuchillos y hachas, mientras limpiaban la ciudad y hacían levantamientos topográficos. Aunque no se encontraron objetos de oro, el material identificado por Bingham era suficiente para inferir que Machu Picchu se remonta a los tiempos del esplendor inca, algo que ya evidenciaba su estilo arquitectónico.

Tanto los restos encontrados como las evidencias arquitectónicas conducen a los investigadores a creer que Machu Picchu terminó de levantarse entre fines del siglo XV e inicios del XVI, en tiempos del denominado “Incario histórico”. Sin embargo, el lugar continuó siendo habitado en épocas posteriores a la invasión española al Perú, por lo menos durante el siglo XVI.

Nuevos descubrimientos que datan del año 2002 confirman que Macchu Picchu habría sido descubierto por los expedicionarios Enrique Palma, Gabino Sánchez y Agustín Lizárraga, quienes como evidencia habrían dejado piedras grabadas con sus nombres el 14 de julio de 1901. Sin embargo, de ser cierta esta versión, estos investigadores no tenían idea de lo que tenían frente a ellos.


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