domingo, 6 de septiembre de 2015

Orinoca, el macondo boliviano



El frío amenaza con romperte los huesos. Un pueblo de puertas cerradas con gente que casi no habita sino adorna, que habla y anda con calma.

Llamas, gallinas y perros que van a sus anchas por calles de tierra completamente desoladas, apenas viven aproximadamente 3.500 personas.

A tanta altura que el palpitar del corazón retumba en la atmósfera tranquila, en los remolinos que provienen de las dunas aledañas, en la gracia de alguno que otro niño que se asoma y rápidamente desaparece: En sus ojos se deja ver un cierto reflejo de inocencia y pureza… y también una cierta acritud hacia lo urbano.

Este pueblo es tan pintoresco como inverosímil. Entender que allí ha nacido el Presidente da por sentado la historia de una América Latina que más que negarse a morir, está convencida de reinventarse. Aún en el olvido. Aún en la fiereza de la naturaleza desgarrada del mar.

Largo camino

Un halo de luz deja al descubierto los diminutos gránulos de polvo levantados por el viento que entran por la claraboya del autobús, que el conductor lleva a la velocidad que le permite la intrincada carretera desde Oruro. El trayecto de unas seis horas es en realidad una travesía en la que se confunden realidad y fantasía.

Una mujer de unos 50 años aborda la unidad de transporte y con una alharaca propia de mercado comienza a vender panes dulces y de leche —como el pasillo está lleno de pasajeros, algunos de pie y otros acomodados en improvisados asientos, entre cajas, maletas y sillas de plásticos— la azarosa vendedora salta por encima de todo lo que se le imponga, apoyándose en los pasamanos, con equilibrio o ayudada por algún buen hijo de Dios, logra vender toda su mercancía. Y vuelve de la misma manera desde el fondo del bus, entre la risa perpleja de quienes la ven más como una actriz circense que otra cosa: “Gracias a Dios lleva pantalones y no pollera”, se escucha decir.

A las dos horas de camino, un perro también sube al bus y se cuela entre todos los pasajeros al medio del pasillo. El can, negro, viejo y un poco peludo, al parecer también va a Orinoca. Dos personas más entran a la unidad, y ahora sí que no cabe un alma. Solo queda mirar por la ventana, disfrutar un poco del paisaje y desear que las horas pasen rápidamente.

En ese momento del día, perturbable, entre claridad y oscuridad, y luego de trechos de tierra y vías pavimentadas —pero no culminadas—, dos pasajeras, Marlene y Elizabeth, quienes sirven de educadoras para la comunidad orureña, salen del letargo propicio de un viaje largo y aclaran: “Llegamos a Orinoca”.

Al descender del bus, poco o nada se ve. La primera impresión es que el pueblo está abandonado, pero las educadoras resaltan el valor de la serenidad que se vive en Orinoca y acusan los lugares que no se pueden dejar de visitar: la iglesia —indudable—, la escuelita —en la que estudió Evo—, el nuevo museo que están construyendo, las dunas de arena, y la Facultad de Agronomía de la Universidad Técnica de Oruro orgullo regional.

Entrada la noche, las bajas temperaturas —como se anunció al principio— acechan hasta congelarte. Orinoca no se ve, pero seguidamente si alzas la vista cualquiera queda obnubilado al observar el cielo estrellado, pero no el común, éste es sencillamente extraordinario: la Vía Láctea puede admirarse sin reservas, es a priori lo más espectacular del lugar.

Hay un único restaurante, además tres bodegas, un barcito y una venta de pollos fritos. Preguntar por un hostal es como pedirles peras a los olmos. Solo existe un sitio para pernoctar, custodiado por una jauría de perros, no tiene baños apropiados para los visitantes y la camas son catres vestidos con mantas —pudieran estar mejor lavadas—, la ausencia de ventilación se agradece para mantenerse caliente pero el olor a madera vieja hace casi imposible la respiración apropiada que conlleva al sueño.

Antes del amanecer, los productores locales se van a sembrar o cosechar —según la temporada— quinua o papas; a menos diez grados el sol aparece poco a poco y se erige una villa distinta a la de la noche anterior. Igual luce desértica, los candados en las puertas causan intriga pero tienen una explicación: “La gente vive en Oruro, Santa Cruz, Cobija, Cochabamba… en enero, los carnavales o en las fiestas vienen… van y vienen”, explica el director de la escuela orinoqueña, Santos Choque.

La iglesia del pueblo da una impresión románica pero desvencijada. Una vez al año se oficia misa, en octubre durante las fiestas parroquiales. Al frente se encuentra la plaza principal en la cual los lugareños hacen vida, entre sus asientos de metal y una fuente en plena remodelación: el pueblo en general luce en construcción.

Evo, el héroe

Santos Choque asevera que esta región altiplánica ha crecido desde que Evo Morales ascendió al Poder Ejecutivo del país, porque la siente suya.

Y es que aunque el Presidente no nació en Orinoca propiamente, sí vivió su infancia y parte de su adolescencia en esta tierra. Pero, realmente, vio la luz en Isallavi, a una hora y media andando, y 15 minutos en automóvil —hasta donde Escape pudo llegar gracias a Juan Villegas, coordinador del plan de electricidad del pueblo—.

Isallavi comprende uno de los tres ayllus que conforman Orinoca (con una población de 3.500 habitantes). Es mucho más frío y apenas tiene 20 casas. Es perfecto para una fotografía, por lo inhóspito, y fue precisamente lo alejado de toda civilización lo que provocó que la familia Morales Ayma se movilizara hasta este confín. Allí parece que el tiempo se detuvo.

Volviendo a Orinoca, el corregidor, Alejandro Vásquez, aclara que el secreto de este lugar es justamente el silencio. Defiende la idea de que el pueblo se ha levantado en los últimos nueve años. Sobre el museo “de Evo”, o como realmente se denominará: Museo de las Revoluciones Etnográficas y Cultura de Orinoca, cree que ha tardado mucho en erigirse y espera que con su apertura bolivianos y extranjeros visiten más el poblado. Resalta que el Presidente es muy querido, “hay quienes no lo siguen, pero es un orgullo”, y aprovecha para invitar (a Evo) a seguir adelante.

Vásquez comenta que cuando Morales visita el pueblo, todo es alegría, y se llevan a cabo manifestaciones de afecto al hombre más reconocido de Orinoca, y quizá hasta de Bolivia, al menos en la actualidad.

“La gente no se vuelve loca al ver al Presidente… los pobladores lo ven como uno más del pueblo, él anda tranquilo y uno lo saluda”, apunta el corregidor con una sonrisa mantenida durante la conversación.

Precisamente, frente a las casas de la familia Morales en pleno centro, junto a una llama errante sonríe Juana Choque y confirma que para ellos Evo es un orinoqueño más: “Yo tenía 16 años y Evo 14. Le gustaba tener novias, era muy agradable. Pero no pienso si ahora es Presidente o no”, afirma.

Respecto de la comarca, Juana cuenta que no hay tratamiento de aguas servidas, ni tuberías y, a su juicio, faltan mejores condiciones de vida: “Yo le digo a Evo que debe hacer más por su pueblo, sí hemos mejorado, antes no teníamos nada, ahora tenemos luz, estadio, caminos pero necesitamos más, faltan muchas cosas como baños. Nuestras autoridades tienen que solicitar menos estadios de fútbol y más beneficios”, relata la aymara quien se dedica al trabajo de la tierra. Después aclara: “Orinoca es un buen lugar para vivir… y es que a mí me gusta más el campo que la ciudad… viví en Santa Cruz y me harté, prefiero estar aquí (sic)”.

Pero, a este poblado no solo lo eligen los que nacen allí, tal es el caso del profesor universitario Gustavo Lucano quien aunque es oriundo de la ciudad de Oruro ve a esta pequeña aldea como un sitio privilegiado. Cree que los jóvenes tienen en la universidad una oportunidad para quedarse y volver productiva esta región agrícola del territorio nacional.

Los estudiantes Pedro Choque, Luis Cruz e Ismael Mamani, están a gusto en este pueblo resaltando que es un rincón andino maravilloso por su lago, montañas, paisajes semidesérticos y manantiales.

Como expertos en el área agrícola explican que se vive de la quinua, pues los camélidos ayudan para subsistir y también se destinan para el autoconsumo.

La quinua se siembra desde septiembre hasta octubre, y se cosecha en febrero y marzo… es un trabajo arduo que comprende la fumigación, se deshierba, se riega, se está pendiente durante todo el proceso agrícola. Y luego se recoge, se seca, se trilla y se distribuye el producto.

Así lo confirman los agricultores, uno de ellos es Zacarías Vilca, dedicado a la papa, “vivimos de la siembra… Orinoca es bonito, tranquilo, todos nos conocemos”. No deja pasar la oportunidad para dar a conocer su amistad con el actual mandatario boliviano: “Somos amigos. Él era un líder desde siempre, tocaba la trompeta y le encantaba el fútbol. Ahora no tiene tiempo, debe gobernar a toda la nación”.

A Vilca también le gustaría ser Presidente: “Haría muchas cosas por Orinoca”. Mientras confiesa su aspiración política, su esposa Desideria, lo mira y sonríe: “Las condiciones son duras para cultivar, por las heladas, y necesitamos un poco de ayuda; pero aquí en Orinoca somos felices”.

Así cae la tarde con el sol fuerte sobre los hombros. Dos días de un recorrido por una aldea mágica, espejo de una realidad boliviana. Su gente es, sin duda, su mayor atractivo. Un plato de parrillada de cordero o de charque no falta en sus mesas. Colinas de arenas, viento gélido, orígenes de aguas incesantes, cuna del primer presidente indígena del país. Ojalá siga creciendo y no se detenga en ideales, promesas y esperanzas rotas, pues un lugar así, ya sea por su manto nocturno de estrellas y luceros, o la sonrisa inocente de sus niños es simplemente inolvidable.

Pueblo de Evo

Orinoca se encuentra en el municipio Andamarca, provincia Sud Carangas del departamento de Oruro. Para llegar al pueblo los buses recorren 170 km, desde el mercado de Oruro, solo una vez al día, a las 15.30.

Contrastes

Los residentes de Orinoca aseguran que en los últimos nueve años ha crecido sustancialmente el pueblo. El director educativo, Santos Choque, resalta que han edificado un minicoliseo, un estadio de fútbol, el núcleo de la Universidad Técnica de Oruro, un liceo y un pequeño centro de salud. Actualmente, se remodela la escuela. También ahora se cuenta con agua, electricidad e internet. Aunque se erige un museo con gran infraestructura y existen lugares para hacer turismo, el pueblo no cuenta con hostales, y faltan servicios básicos como para el tratamiento de aguas servidas.




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