domingo, 7 de julio de 2013

Tubing, una aventura sobre neumáticos por ríos del trópico paceño

Solamente un paso separa a la tierra de un mundo dominado por la fuerza del agua. Lo impredecible y la aventura muestran una faceta llena de adrenalina al recorrer el afluente del río Coroico sobre una balsa de neumáticos desde Caranavi hasta San Juan de Kelequelera, en Zongo Trópico.

La lluvia ha caído sobre Caranavi en los últimos tres días, el caudal del río Coroico es más abundante ahora y se ha tornado más turbio. Los pobladores de Kelequelera esperan que un mecánico termine de llenar los neumáticos con aire comprimido, a primera hora de la mañana.

Sus antepasados comercializaban lo que cosechaban a regiones cercanas como Guanay y Caranavi y, como había que caminar días para llegar a los pueblos, utilizaban barcazas como medio principal de transporte.

“No lo hacían en neumáticos sino en lo que llamamos ‘siete palos’, una balsa hecha de troncos de árbol de palma o en callapo”, cuenta Mirko Chono, el joven emprendedor que impulsa junto a la Oficialía de Desarrollo Humano del municipio de La Paz, los descensos por el río.

Pensado como un atractivo que impulse el turismo hacia su comunidad, los lecos iniciaron esta actividad hace un año. Es conocida como tubing, un pasatiempo de aventura en el que se recorren tramos de un río sobre neumáticos.

Un paso al río Coroico

La humedad del ambiente y la frescura de la mañana después de una noche de lluvia matizan la mañana. Listos los neumáticos, se emprende el camino hacia el río.

Machete en mano, los lecos empiezan a dar forma a troncos que guardan cerca de la orilla y a unirlos a los neumáticos con ligas y cordeles, fabricando la plataforma de la rústica balsa. Otra pequeña ya está lista para que dos de ellos guíen el trayecto.

Los lecos aún llaman callapo a la balsa y cuentan que aún no han bautizado el nombre de su emprendimiento turístico. Los efectos personales se colocan en una bolsa impermeable.

Al subir es necesario pisar los troncos para no perder el equilibrio. El río fluye y se observa por debajo de los neumáticos durante todo el trayecto. “Tienen que sentarse”, ordena Omar, uno de los tripulantes, mientras ubican sobre la balsa otros dos neumáticos que sirven de salvavidas.

Los guías parten con una sonrisa en su balsa pequeña, que contrasta con el nerviosismo de los pasajeros que por primera vez realizarán el recorrido.

Explorando sobre neumáticos

Los primeros minutos son de adrenalina pura. El caudal del río y su vaivén ondulante y permanente se adueñan de la estructura mientras que los lecos controlan los movimientos de la corriente con remos de madera, hechos por ellos mismos.



La velocidad no sólo aumenta y disminuye continuamente, sino que en menos de diez minutos los tripulantes están completamente mojados. Los gritos por el agua fría que llega de golpe son una constante.

“La profundidad el río va de menos de un metro a más de dos en esta época”, avisa uno de ellos. Es inevitable no pensar en exploradores como el inglés Percy Fawcett cuando se lanzó a buscar su mítica ciudad Z en el Matro Grosso brasileño.

Varios afluentes como el río Yara y Zongo se observan de cerca o se unen al Coroico. En las orillas los gallinazos se agolpan por decenas para recibir los pocos rayos de sol, que tímidamente aparecen entre las nubes cerca del cantón de Santa Fe.

Leyendo el caudal del río

Los guías van marcando adelante la ruta más apropiada para el descenso. Por alguna razón parece que leyeran el cauce del río, como si tuvieran un mapa mental de sus desniveles, hondonadas y hasta los lugares en donde hay peces. Su mirada, más acuciosa que la del hombre urbano, les permite avistar aves entre los árboles, como el keu antes de que levanten vuelo.

En esos instantes mariposas e insectos se posan en la rústica embarcación.

La sensación de armonía se confirma, en un momento casi mágico, cuando una libélula se posa en los dedos de uno de los tripulantes, mientras él la observa durante casi un minuto sin decir nada.

Así se llega a Zongo Choro, parte de la provincia Murillo, y las poblaciones Alcoche, Bella Vista, Santa Rita y Buenos Aires hasta llegar a San Juan de Kelequelera.

El viaje dura entre tres y cuatro horas dependiendo del caudal del río, y cubre una distancia de alrededor de 40 kilómetros, que en automóvil toma aproximadamente de 45 minutos.

En ese tiempo se descubre algo de la naturaleza de los lecos. Hacen todo juntos, opinan, discuten y ríen, su sencillez es su felicidad.

El paisaje muestra pavas, patos de agua y una infinidad de plantas como el árbol de palma, importante para construir partes de sus casas, sus esteras y su artesanía.

La última hora de recorrido es la más emocionante, pues la corriente varía, la velocidad se incrementa y el agua moja, con fuerza, todo lo que hay dentro de la embarcación. Los tripulantes anuncian con petardos la llegada de la balsa.

Finalmente, cual postal, aparece el puente colgante de Kelequelera. Desde ahí saludan sus habitantes mientras que las mujeres -que lavan ropa en las orillas del río Coroico- hacen lo mismo. Pero el viaje no termina ahí, la experiencia de la “balsa de siete palos” es una opción para hacerla cerca del pueblo.

“Fue un medio de transporte y supervivencia para nuestros antepasados. Hoy es un atractivo para que todos vengan a conocernos”, dice uno de los más antiguos y sabios del pueblo, Teodoro Chono, sentado fuera de su casa mientras explica cómo los lecos pertenecen a la tierra, pero también al mundo del agua.

Coordenadas
Contacto Para practicar la experiencia del descenso con los lecos se puede contactar a la Subalcaldía de Zongo, 2285959, o escribir a www.desarrollo.humano@lapaz.bo.


Costo El costo del descenso es de 50 bolivianos por persona para turismo nacional y 25 dólares para los extranjeros. La estadía acampando y la alimentación del lugar es de 200 bolivianos por persona.

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