A pocas semanas de la boda entre el príncipe Guillermo y su novia, Kate, y en una época de fuertes recortes presupuestarios en el Reino Unido, cobra más importancia que nunca el tópico que afirma que el tirón turístico de la familia Windsor compensa el gasto que supone para las arcas públicas.
La oferta dirigida al turismo “real” va más allá de los objetos conmemorativos de la boda que abarrotan las tiendas del centro de Londres desde hace meses, y varias empresas ofrecen visitas guiadas por los lugares que guardan alguna relación con la joven pareja de herederos al trono de Inglaterra.
Por unas pocas libras, el visitante ocasional o los propios londinenses pueden conocer el bar donde William ahogó sus penas tras separarse temporalmente de Kate el 2007 —y en el que la volvió a conquistar pocos meses después— y la tienda de ropa donde la novia del Príncipe trabajó una temporada tras su paso por la universidad.
Atractivo. La joyería Garrard, en la que se fabricó el anillo de zafiro y diamantes que lució en su boda la princesa Diana, y que Guillermo le ha regalado ahora a su novia, es uno de los puntos de referencia en la mayoría de visitas relacionadas con la familia real.
Conocer de cerca el lujo que rodea a la monarquía es uno de los principales atractivos para los turistas que se apuntan a estos paseos.
En uno de ellos, los interesados pueden disfrutar en de un té de las cinco “inspirado en la realeza”, en el hotel Ritz, ver de cerca joyas de diamantes “fabricadas para reinas”, en la selecta Asprey, y hasta aprender a reconocer las flores y los aromas preferidos por sus altezas en la Floristería Real.
En la visita en la que participa un redactor de EFE, dos hermanas alrededor de los 50 y su madre, de más de 70, han “abandonado” a sus maridos por un día, confiesan, para viajar a Londres desde Essex, al este, y empaparse del ambiente previo a la boda real. Verán el enlace por televisión, porque no quieren perderse detalle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario