domingo, 8 de octubre de 2017

La ‘república Che Guevara’ se instaló por unos días en el corazón de Vallegrande


La ‘república Che Guevara’, hoy, en esta mañana de sábado de sol tibio vallegrandino, cabe en un módulo escolar como los que construye Percy en Santa Cruz. Sus habitantes vienen de toda Latinoamérica y se los reconoce por los cabellos largos, la barba crecida y la sonrisa de los que aún no perdieron la esperanza de que la lucha guevarista prenda. Son en su mayoría jóvenes. Vienen enfundados en camisetas que tienen estampada la icónica foto de Korda y se encierran en aulas para hablar de todos los escenarios de lucha antiimperialista, desde los medios hasta la economía y la política.


A los argentinos se los distingue de lejos. Son los más bulliciosos, los que, de cuando en cuando, se largan a arengar al resto con cantos que parecen de tribuna, pero que esconden consignas políticas. Los chilenos son más silenciosos. Uno de ellos es Jorge Ayala, un viejo luchador que fue exiliado por Pinochet y que viene a rendirle homenaje a ese argentino que discurseaba sobre el hombre nuevo.


Por la tarde, la república Che Guevara se desborda y se la puede ver caminar por el centro vallegrandino, con su plaza sitiada de artesanos errantes que truecan collares de piedras transparentes por aretes de plumas de loro o pipas diminutas. La única que consigue vender algo es una tejedora paceña que ha colocado sus bolsas y chulos al contorno de su pollera.


Ahí está Wallison, un militante del Movimiento Sin Tierra de Brasil que confiesa que con Lula y Dilma les fue peor que con los neoliberales, que se avanzó poco en reforma agraria, pero no por ello van a dejar que un grupo de corruptos desconozcan el voto de más de 50 millones. De noche, en el campamento donde duermen los 2.000 ciudadanos guevaristas, suena zamba, los quioscos venden hamburguesas y Coca Cola y los militares imponen su ley: hombres a un lado, mujeres al otro. No se puede fumar y al que encuentren borracho, lo echan. Todo sea por la disciplina.

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