domingo, 15 de julio de 2012

El “incanto” oculto en Yungas - El inka Taca está desprotegido

Van a ir allá abajo?”, me pregunta doña Elisa, a la mañana siguiente de nuestra llegada a Taca. Arribamos la noche anterior a esta comunidad del municipio paceño de Irupana, en Sud Yungas, con las escasas calles iluminadas por una luna llena en toda su plenitud y un frío penetrante. La señora suele alquilar dos cuartitos de su humilde casa a los viajeros y tiene un baño con ducha caliente, algo que no es frecuente en el lugar.

Parece que no estaba preparada para nuestra llegada, porque nos envía a desayunar a casa de Genaro Riveros, un señor ya algo entrado en años que nos ofrece un desayuno básico, a base de café tinto y pan duro, en su casita de adobe. Él también pregunta si iré "allá abajo". Con esa denominación, los comunarios se refieren al Callejón Loma, un sitio arqueológico sobre un cerro al que, en enero, lo rebautizaron como Inka Taca a sugerencia de Patrizia Di Cosimo, una arqueóloga italiana a la que siempre le interesaron las culturas precolombinas y que ha participado durante una década del Proyecto Takesi. Éste, realizado por la Universidad de Bolonia (Italia) con financiamiento del Ministerio de Asuntos Exteriores Italianos y, en un principio, también por Hidroeléctrica Boliviana SA, estudió el camino Takesi, una de las cuatro vías prehispánicas de Yungas que forma parte de los (estimados) 40 mil km del Camino Real del Imperio Inca.

"Sí, voy a ir, todavía no lo conozco", le respondo a Genaro lo mismo que a Elisa. Cuando los vecinos de este pueblo en el que las casitas aún son, en su mayoría, de barro, y donde la energía eléctrica y la señal de celular son inconstantes, dicen "allá abajo", no lo hacen porque sí: para llegar desde la comunidad hasta el Inka Taca hay que andar durante unas tres horas para descender alrededor de 1.000 metros de altura y pasar del frío altiplánico a un calor seco.

Ya con la luz del día, la visión del paisaje resulta abrumadora: a un lado, el pueblo se corta en un violento acantilado, hasta el que se asoman terrazas salpicadas por el tono dorado y verde del maíz. Al frente, altas y cercanas montañas impiden ver más allá. Girando 180 grados, la vista es todavía más espectacular: presiden el horizonte dos apus, el Mururata y el Illimani, desde el otro lado, muy diferente a cómo se ve desde La Paz.

En compañía de Patrizia y Genaro comenzamos a andar y dejamos atrás la comunidad por un camino ancho que, antes, cuando estaba libre de piedras, se podía transitar en coche hasta un pequeño estanque artificial adonde acuden a beber los caballos, que pastan libres. De aquí en adelante el camino es en constante bajada que carga las rodillas, y la temperatura va subiendo. De vez en cuando, junto a la vereda (una vía secundaria de los antiguos caminos de la zona) o cerca de ella surgen montones de piedra que, en cierto momento, fueron algún tipo de estructura: puestos de control, tambos, viviendas…

Tras un descanso para comer un poco de choclo y sándwich de huevo, continuamos la ruta. Y, de repente, al girar una curva del serpenteante camino, aparece allá abajo, todavía lejos, un cerro justo en la unión de los ríos La Paz y Chungamayu. Sobre él se adivinan restos de edificaciones en piedra que han perdido el tejado, lo que se conoce como lakari, explica Patrizia. La primera vez que ella llegó al lugar, en 2008, estaba cayendo la noche y una niebla se arremolinaba alrededor del grupo, por lo que no pudo contemplar todo el complejo. El grupo acampó en lo más bajo de la loma y, al día siguiente, la arqueóloga vio con total plenitud el sitio. “Me quedé así”, dice, y abre mucho la boca.

Pero aún falta aproximadamente 50 minutos para llegar allí. Seguimos descendiendo y, por fin, alcanzamos el cerro. Lo primero que se ve es una tumba excavada en el suelo, con su tapa apartada y totalmente vacía. Es circular, cuando en la zona abundan más las cuadradas, según Patrizia. Más adelante, nos cobijamos a la sombra de unos árboles, donde la arqueóloga ha acampado en las otras cuatro ocasiones que ha estado aquí.

Decidimos hacer otro descanso antes de ir a visitar las aproximadamente tres hectáreas que ocupan los restos arqueológicos. Mientras, Genaro aprovecha para contar los escasos cuentos sobre el sitio: en las noches se escuchan campanas (“como las de San Francisco”), gallos, y mencionan que hay gente que se ha vuelto loca tras dormir allá. Pero él no cree en eso. “Solito ahí he dormido”, asegura. Y no le pasó nada. Lo que sí es un verdadero peligro son las serpientes de cascabel, abundantes en la región.

“Las ruinas no dejan entrar a todo el mundo”, expresa misteriosamente Patrizia. Al llegar a la “puerta”, una piensa que no puede entrar nadie: lo que fue el ingreso se halla totalmente cubierto por las piedras laja que se han ido desmoronando de lo que antes fue una entrada hecha a base de terrazas. Hay que bordear lo que queda de la estructura por la derecha, sobre un suelo de pizarras movedizas que se despeñan loma abajo hacia la cuenca marrón del río La Paz. Y no vale agarrarse de cualquier lado, porque por error se puede asir a alguna de las plantas espinosas que crecen por doquier.

Tras bordear el antiguo ingreso, se llega a la ciudadela: delante se extiende un terreno en el que se adivinan restos de edificaciones de diferentes tamaños (Patrizia ha contabilizado alrededor de 100), todos levantados con piedra pizarra que, en ocasiones, están unidas con una argamasa de arcilla y piedritas, aunque el moho de los años y la vegetación que ha proliferado, probablemente contribuyan más a que no se hundan los muros que quedan en pie.

Las hornacinas son, para la arqueóloga, de lo más característico del lugar: arrancan a ras de suelo y tienen una altura de más de un metro. En ella se metían los fardos, explica: los cadáveres con sus objetos funerarios, en posición fetal y envueltos en tela. Asegura que no había visto este tipo de nichos tan grandes, sólo aquí y en otros sitios de la zona.

Hallazgos y discrepancias

En esta loma, la arqueóloga ha hallado cerámicas tiwanakotas e incas, así como otras que no ha podido identificar y que únicamente ha visto en otros lugares alrededor del Chungamayu, como piedras lajas con grabados únicos. Durante su estudio de los caminos Takesi, Khasiri, Yunga Cruz y Chunga Mayu, trabajo que comenzó en 2001, tanto ella como las personas que han trabajado en el proyecto (bolivianas e italianas) han localizado 90 sitios arqueológicos, a los que se une Inka Taca, un lugar arqueológico monumental.

Al preguntar cuántas personas habitaban aquí, no hay todavía una respuesta clara por parte de la investigadora: “Difícil calcular porque no todas las estructuras, las casas que se ven, son viviendas para mí. Hay una parte que claramente parecen viviendas, pero calcularlo así es muy difícil. Habría que encontrar los fogones, determinar exactamente cuáles eran las casas...”. Lo que aún queda por entre la vegetación son pequeños restos de cerámicas. Incluso, Genaro tiene guardada media vasija, que muestra a Patrizia durante nuestra visita. Él la ha sacado de donde la encontró, y la arqueóloga le recomienda que deje los objetos donde los halle, para no entorpecer los futuros estudios. De hecho, las excavaciones que ha podido realizar hasta ahora han sido poco profundas y, el año pasado, no obtuvo el permiso, por lo que tampoco hizo nuevas indagaciones.

Estos lugares, “muchas veces están mejor sin que nadie los difunda, están mejor enterrados, están mejor ahí hasta que tengamos un plan para manejarlos”, manifiesta Julio Ballivián, jefe de la Unidad de Arqueología y Museos (UDAM), en referencia a la difusión de su existencia a través de los medios de comunicación, que hicieron Patrizia y la Gobernación de La Paz, en febrero.

Coincide con Ballivián el director de la Sociedad de Arqueología de La Paz, Carlos Lémuz: “El tema que es crítico para nosotros es la visibilización de sitios arqueológicos que no tienen protección legal ni física”. No obstante, antes de que la italiana llegase a investigar al lugar, ya se había publicado pequeñas referencias acerca del Callejón Loma. La primera vez fue en 1988, en el número 3 de la revista Arqueología boliviana, en el artículo “Evidencias de asentamientos precolombinos en las provincias de Sud Yungas y Murillo”, firmado por José Estévez (investigador de la Dirección Nacional de Arqueología, explica Ballivián). Él mismo publicó en otras ocasiones, a principios de los 90, pero dando descripciones que recopiló sobre el lugar, pues él no lo visitó.

La última “investigación”, según el jefe de la UDAM, se efectuó en 2006, y corrió a cargo del arqueólogo Huber Catacora. Éste indica que, junto a su equipo, estuvo en la zona haciendo una consultoría para Promarena (Proyecto de Manejo de Recursos Naturales en el Chaco y altiplano). “Ellos requerían que se haga un catastro de todas las terrazas agrícolas de la zona. (Del Callejón Loma) solamente se hizo un registro, un reconocimiento de superficie”.

Las tumbas del Inka Taca están saqueadas. En algunas de las que están excavadas en la tierra, incluso, crecen ahora plantas, lo cual denota que fueron “huaqueadas” hace ya algún tiempo. Por entre las ruinas se encuentran pedazos de cerámica y algún que otro batán. Varias piezas de la zona del Chungamayu están expuestas, hasta finales de mes, en una sala del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), en la avenida Arce de La Paz. Uno de los objetivos es conseguir nuevos financiadores para continuar con el proyecto, comenta Patrizia.

Al consultar al director de la UDAM si este organismo va a auspiciar la investigación, responde: “Nuestro apoyo y nuestra voluntad son grandes”. Sin embargo, indica que no puede formar parte de ella porque no ha recibido informe alguno sobre las indagaciones en el Callejón Loma (algo desmentido por la arqueóloga, quien argumenta que sólo faltan los primeros). Además, Ballivián indica que, el año pasado, “se le ha observado el proyecto”. Por ello, la arqueóloga no efectuó investigaciones en el lugar.

Lugar desprotegido

Lémuz señala que la UDAM apenas está dando permisos, a él mismo tampoco le han concedido autorización. “El área requiere hacer un trabajo prospectivo mucho más profundo”. Dennise Rodas, también arqueóloga de la Sociedad, comenta que los Yungas es una región rica en restos arqueológicos y, empero, “es una de las zonas con menos investigación”.

Además, Lémuz critica que “estamos en un vacío terrible respecto a la arqueología”. La Constitución Política del Estado señala, en su artículo 101, punto II: “El Estado garantizará el registro, protección, conservación, restauración, recuperación, revitalización, enriquecimiento, promoción y difusión de su patrimonio cultural, de acuerdo a la ley”. Sin embargo, todavía no hay una normativa que regule los sitios arqueológicos. “Nosotros como sociedad estamos impulsando que se genere la Ley de Patrimonio, que es lo primero”, asegura Lémuz. La Carta Magna también atribuye a los gobiernos departamentales (artículo 300) y municipales (302) la protección de los sitios arqueológicos. El jefe de la UDAM indica, además, que con la Ley de Autonomías se transfieren competencias a los indígenas y que la normativa referente al patrimonio está en curso. “No queremos una visión del Patrimonio que sea incompatible con la que ellos (los pueblos indígenas) tienen”.

Mientras tanto, el municipio de Irupana ya ha declarado el Inka Taca como patrimonio municipal, y Genaro viaja constantemente a La Paz para tramitar la declaración del sitio como patrimonio departamental. Su aspiración, y la de otros habitantes de Taca, es conseguir de esta manera atraer turistas y mejorar con esos recursos su nivel de vida.

Genaro aún no tiene capacitación turística, pero ya se aventura a señalar: “Esto era una casa” o “aquí cocinaban”. Ballivián se refiere a esto como parte de la reinvención de la cultura, típica de los pueblos originarios. El “encanto”, como suelen referirse las comunidades a las ruinas, es, a veces, bautizado como “incanto”, el lugar donde duerme el inca y desde el que volverá a reinar, algún día.



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